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Este 6 de septiembre de 2015 se cumplió el bicentenario de la Carta de Jamaica, documento trascendental escrito por el Libertador Simón Bolívar, dado su extraordinario contenido de análisis político sobre la necesidad de la unión entre los pueblos de nuestra América para lograr la definitiva independencia del yugo que ejercía entonces el imperio español, así como también resultó trascendental por las luces que arroja el pensamiento del Padre de la Patria en relación a los enemigos futuros que habríamos de padecer las nacientes repúblicas.
Como suele ocurrir con los principios, valores, ideas e incluso estrategias de la lucha de Simón Bolívar, es común escuchar acerca de la “vigencia” que los mismos tienen en el marco de la coyuntura contemporánea de nuestros países, pese a la larga data de su origen pareciera que poco o muy poco hemos logrado avanzar en nuestro intento por alcanzar la libertad y sostenerla frente al concierto del resto de naciones del mundo. ¿Por qué 200 años después de la Carta de Jamaica aun el llamado estratégico de unidad entre los pueblos latinoamericanos sigue vigente y más que nunca urgente para garantizar la independencia de nuestras naciones?, evidentemente una respuesta cierta es que las elites dominantes que han gobernado nuestros países se encargaron de convertir a Bolívar en letra muerta, que sus ideas fuesen consignas meramente enunciativas y no acción política concreta.
Pero qué ocurre cuando la coyuntura política es favorablemente configurada por líderes y gobiernos revolucionarios, nacionalistas, defensores del ser humano, de la libertad, de la soberanía de los pueblos como lo fue y sigue siendo el escenario nuestro americano que impulso el Comandante Hugo Chávez, el que acompañaron Kirchner y ahora Cristina en Argentina, Lula y ahora Dilma en Brasil, Correa en Ecuador, Ortega en Nicaragua, Fidel y Raúl Castro en Cuba, Lugo en Paraguay, Zelaya en Honduras, Mujica y Tabaré en Uruguay y los hermanos del Caribe como Ralph Gonsalves, Roosevelt Skerrit y otros tantos?; ¿por qué aún en estas circunstancias la “unidad” sigue siendo un llamado y no una práctica constante y trascendental?, ¿por qué aun siendo dueños de nuestro destino surgen una y mil razones para alejarnos del objetivo histórico de la unión latinoamericana?, ¿podemos culpar tan solo al imperio de que surjan los Micheletti dando golpes de Estado en Honduras o los David Branger jugando a la guerra en el Esequibo; que la traición se postre una vez más en la OEA con los Insulza o los Almagro, que la violencia nos asesine y nos divida con los Uribe Vélez y los ambivalentes Santos.
En fin, se trata de que de una vez por todas entandamos que la libertad y la independencia no son metas que se alcanzan un día y duran para siempre, sino que como nos enseñó Chávez, hay que cuidarlas día a día, minuto a minuto, construirlas en cada instante, en cada acción y para eso se requiere conciencia revolucionaria, conciencia patriota, para vencer una y otra vez a los enemigos externos e internos de Nuestra América. Por eso sigue y seguirá vigente la Carta de Jamaica, porque doscientos años aún no han sido suficientes para internalizar en todos y todas que la unidad, parafraseando a Gandhi, no es un fin sino el camino.