Hay mucho espacio, y más importante aún muchas personas capaces y comprometidas, para que se desarrollen liderazgos genuinos. Es una tarea difícil, implica compromiso y paciencia, así como la disposición a salir del ámbito personal y comprometerse con lo público
El pueblo es el soberano, todos esos individuos quienes en conjunto representan un conglomerado sobre quienes en teoría recae el poder último. Son estos quienes delegan la administración de dicho poder a un grupo reducido de individuos, a quienes se les asigna la tarea de gobernar. Así, el pueblo es quien manda, al menos en teoría. Lamentablemente, al ser un concepto tan vago la idea de pueblo se diluye en múltiples interpretaciones según le convenga a quien las haga, convirtiéndose al final en un concepto utilizado para hablar en nombre de este, y con ello no rendir cuentas a nadie.
Por otro lado está la sociedad civil, que en principio no debería ser muy diferente del pueblo, sin embargo su connotación está vinculada a la idea de “organización” por un lado, y por otro lado parece más un concepto de clase media. Sin embargo, la sociedad civil en realidad es todo aquello caracterizado como civil dentro de la sociedad, independientemente de su mayor o menor grado de organización, e independientemente del estrato socioeconómico. Al igual que en el caso del pueblo, hay quienes dicen hablar en nombre de la sociedad civil, también a partir de un autonombramiento.
En todo caso, pueblo y sociedad civil tienen más coincidencias que diferencias. De hecho, su separación en Venezuela obedece a un aspecto político fundamentalmente. De alguna manera el Gobierno se logró apoderar de la idea de que el pueblo es suyo, es a quienes representan. Por su parte, la sociedad civil la ha monopolizado la oposición, en especial la vinculada a la clase media. Esta segmentación ha ido acompañada de sus respectivas caracterizaciones personales en cada caso, logrando que ciertos rasgos sociales sean más asociados a una u otra.
Lo anterior no es casualidad, pues al dividir a la sociedad es más fácil imponerse como minoría. Así, a pesar de que hoy la mayoría de quienes viven en Venezuela padece los mismos problemas, y quieren un cambio de Gobierno, no logran encontrar un espacio de colaboración conjunto. Los estereotipos hoy dividen al país más que las preferencias políticas. La sociedad venezolana ha sido fragmentada en tantas piezas como sea posible, y a ello se ha sumado el generar desconfianza entre unos y otros grupos (lo que sin duda han facilitado muchos de estos grupos por su forma de actuar).
Ante una realidad como la anterior, la gran incógnita es cómo revertirlo. La respuesta es complicada, pues exige construir un gran pacto social, el cual para que pueda ser viable debe contar con las debidas garantías que eviten que la desconfianza destruya cualquier posibilidad de acuerdo. Lo anterior se logra a partir de liderazgos con la suficiente fuerza moral para ser puntos de referencia y generadores de confianza, lamentablemente hoy en Venezuela esos liderazgos escasean, pues con o sin razón generan dudas en la mayoría de la población.
El pueblo y sociedad civil (que son lo mismo) deben ser capaces de desarrollar sus propios liderazgos más allá de los partidos políticos, estos últimos son una pequeña proporción de la llamada sociedad civil organizada. Hay mucho espacio, y más importante aún muchas personas capaces y comprometidas, para que se desarrollen liderazgos genuinos. Es una tarea difícil, implica compromiso y paciencia, así como la disposición a salir del ámbito personal y comprometerse con lo público. Sin embargo, si esto no ocurre el país seguirá entrampado entre soluciones mágicas y caudillos.