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Uno puede decir muchas cosas razonables, pero no puede pretender tener siempre la razón. Nuestras ideas si no están bien sustentadas, con argumentos válidos, sobre principios y valores sólidos, con conocimiento sobre la realidad, pueden presentar debilidades ante la razón y las perspectivas que arguyen los otros, que también defienden su verdad. Amado Nervo decía que nada es verdad, ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mire. Esa relatividad responde más a una posición de perspectivas. Yo quiero referirme es a la condición interna, mental y espiritual, de quienes en el ejercicio de la política aspiran a conducir a otros y escalar al poder.
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Allí es donde el color del cristal alcanza tonalidades, dependiendo de la buena o la mala conciencia que nos anima. La buena conciencia está protegida y preservada por los principios y los valores correctos, en tanto, la mala conciencia está guiada siempre por los antivalores, como la irresponsabilidad y la maldad, por ejemplo. Por eso los irresponsables siempre andan señalando a otros la culpabilidad de los hechos que su actuación provoca. Es de mala conciencia no hacerse cargo de las consecuencias de las propias elecciones y tratar de cargarlas a otros.
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Según Jean Paúl Sartre, estamos condenados a ser libres porque la libertad pertenece a la estructura misma de la conciencia. En consecuencia, los irresponsables al actuar con mala conciencia son los peores enemigos de la libertad. Es impresionante la cantidad de irresponsables en este mundo, sobre todo aquellos que estando en posiciones de liderazgo y que deben predicar con su ejemplo, acuden patológicamente a la mentira, el engaño, y peor aún, a la burla.
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En Venezuela la política se ha considerado como el arte del engaño, de la riqueza súbita y del ejercicio del poder de manera omnímoda. Podríamos decir acertadamente que en nuestro país la política nos conduce por el camino de los imbéciles, porque hay que ser moralmente imbécil para suponer que es mejor vivir rodeado de lujo, de pánico y de crueldad, que entre amor, paz y agradecimiento, como ya nos dijera Savater, con tal de satisfacer sus perversidades.
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Dante ubica en el quinto círculo del infierno a los traidores de la patria, de su familia y obviamente de sus principios. Allí estarán cómodos unos cuantos políticos venezolanos que han hecho de la política desprovista de toda ética, su profesión temporal. Estamos en presencia de lo que José Ingenieros denominara la política de los piaras, donde ella se degrada, convirtiéndose en una profesión de habilidosos, que no hábiles. El régimen requiere de ellos. En lugar de competencias se exige de ellos un prontuario que los califique como aventureros, mercaderes y sicarios de la política. Esta conducta es propicia cuando existe un clima de mediocridad.
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Nos está gobernando una legión de resentidos sociales y delincuentes, incapaces de anidar verdaderos ideales como seres humanos, capaces de cometer las peores atrocidades dentro de una aborrecible concepción de la “justicia” revolucionaria. No podemos permitir que se siga idiotizando al pueblo, que se le sumerja en la ignorancia y se le haga sumiso a una propaganda dogmática y al culto de supuestos semidioses analfabetos, pero audaces.