La resurrección de Jesús debe llevar nuestro modo vida a un cambio verdadero, amando a Dios por encima de todo, a reconciliarnos con el prójimo, a cultivar la santidad de corazón, a convertirnos y creer en el evangelio
Hoy es día de silencio, es sábado santo. Un día donde esperamos los cristianos el momento de la esperanza y la gloria plena en la vigilia pascual: la resurrección de Jesús.
En la resurrección del Hijo de Dios se basa la filosofía cristiana como un dogma, la salvación y la vida eterna para la humanidad. Es el triunfo de Jesús sobre el pecado, porque su preciosa y sagrada sangre limpia por completo todos nuestros pecados. Un regalo de amor de Dios.
Por ello, este tiempo de peregrinar durante la Cuaresma llega a su final triunfante con la resurrección que hoy esperamos en oración para la redención de todos. Un día de reflexión, arrepentimiento y oración para preparar nuestros corazones para contemplar el amor del Cordero.
La resurrección de Jesús debe llevar nuestro modo vida a un cambio verdadero, amando a Dios por encima de todo, a reconciliarnos con el prójimo, a cultivar la santidad de corazón, a convertirnos y creer en el evangelio.
Ser coherente con este mensaje representa nuestro reto personal. En esa misma medida las acciones estarán enfocadas en la construcción, en el cumplimiento de los deberes, reforzar los valores, en transformar el entorno con trabajo digno.
Desde la Universidad del Zulia seguimos esforzándonos para transitar por una Venezuela llena de esperanza, de conocimiento, de luchas por la igualdad, contribuyendo desde estos espacios para “sostener la cruz” de cada uno de sus miembros. Él se ha quedado entre nosotros, vive por siempre, por ello no estamos solo en estos duros momentos de dificultad.
“Haz que el progreso material de los pueblos nunca oscurezca los valores espirituales que son el alma de su civilización. Ayúdanos, te rogamos, en nuestro camino. Nosotros creemos en Ti, en Ti esperamos, porque sólo Tú tienes palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68). Mane nobiscum, Domine! ¡Alleluia!” (San Juan Pablo II. 26 de marzo de 2005)