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La visita del Papa Francisco a Cuba y Estados Unidos, se puede catalogar como un hito histórico de enormes consecuencias positivas y toda una revolución del espíritu. Las revoluciones políticas han sido, salvo en contadas excepciones, catastróficas, habiendo acabado con la vida de centenares de miles de seres humanos, la ruina de los países y la erección de altos muros de odio y separatividades. La visita del Papa Francisco fue todo lo contrario: Una rica ocasión para expresar el amor divino en el trato con el prójimo, aquella manifestación del espíritu que vivifica y unifica, en vez de separar y de destruir, que borra fronteras raciales, religiosas culturales y políticas, en vez de erigir barreras sociales. Toda una revolución sublime, hermosa, sutil que le tocó el corazón a millones de personas.
Lo primero que hay que considerar en la visita papal a Cuba y EEUU, es la razón de la escogencia de esos países en su itinerario. ¿Por qué Cuba? Sencillamente porque la isla-prisión de los hermanos Castro, ha sido el mayor foco de perturbación, subversión del orden democrático y la violación de los derechos humanos en el continente latinoamericano.
Los Castro exportaron su revolución a otros países del continente de la América Latina, entre ellos, Venezuela, Perú, Bolivia, Colombia (Las Farc); de igual modo, a Angola en África, haciendo el triste papel de punta de lanza de la ex-Unión Soviética en su penetración en tierras de habla hispana. Por esa razón el Papa Francisco visitó a La Habana, buscando hacerles cambiar conciencialmente a los dirigentes comunistas para la reconciliación con su pueblo empobrecido.
Ya Jesús lo había señalado en una de sus maravillosas parábolas: El médico no tiene necesidad de visitar a los sanos, sino al enfermo que requiere de su ciencia. En este caso, los dirigentes cubanos, están gravemente enfermos del espíritu.
En cuanto a EEUU, la visita tuvo por propósito humanizar un poco más al capitalismo, fuente única de progreso, riqueza y de bienestar social. Les instó a los norteamericanos y a los latinoamericanos que viven en ese país, a unirse trabajando para que no hayan más excluidos y reine la justicia social.
El Papa Francisco no se refirió tanto a los pobres, como a los excluidos, por lo que su discurso nunca tuvo un tinte socialista ni mucho menos comunista; tampoco fue anticapitalista. Sin lugar a dudas, el Papa Francisco es y será el personaje más importante de la humanidad en este siglo XXI, un verdadero revolucionario espiritual.