Creemos
Optimismo, fe y esperanza son las palabras que definen este inicio del nuevo año. Optimismo porque más allá de persistir las mismas condiciones (incluso la muy probable profundización) que dieron al traste con el estado de bienestar del pueblo de Venezuela en 2016, creemos que es viable el cambio político necesario para hacer que la gobernabilidad nos devuelva el país productivo y trabajador que somos y las instituciones puedan cumplir la misión para las que fueron creadas. Vivir en una sociedad donde la diatriba no sea causal de la escisión familiar y amical.
Fe en el espíritu de lucha y en la concienciación de la población de que transformar el país requiere del cambio de mentalidad de nosotros. Salir del área oscura de la amargura, los lamentos, la frustración y la exclusión del otro, con la discusión crítica de la realidad y entender su complejidad. Innovar para ser emprendedores, mejorar nuestra productividad, optimar el uso del dinero que tengamos o cualquier otra iniciativa que nos lleve a romper el cerco autoimpuesto a partir de un entorno tóxico.
La cuestión es deslastrarnos de la leyenda negra del siglo XXI de que somos un país de menesterosos que requerimos de la dádiva gubernamental para sobrevivir y mantener a nuestras familias. Allí juega un papel importante la esperanza fundada en hechos de que el progreso del país se construye con los pequeños pasos que cada uno dé en la dirección correcta. Saber reconocer nuestros errores y correr tras nuestros sueños. No esperar que otros hagan lo que nos corresponde hacer, de manera individual o desde la unión de todos, sin exclusiones.
En el ámbito institucional universitario, las superiores casas de estudio han de aceptar el reto que representa la crisis del país y para ello tienen que trascender el inmovilismo que a veces le afecta y causa tanto daño a su imagen de centro generador de esperanza. Nuestra comunidad necesita del aire refrescante del cambio, pues la institución universitaria es como una “rosa de los vientos” para un país sumido en la negación, la desesperación y el desconcierto.
Con el más calificado capital humano y su alta capacidad productiva e innovadora, la universidad tiene que ser un espejo para el resto de la sociedad y ello implica ser oportuna y efectiva en la prestación de servicios que respondan a necesidades apremiantes de la población, sin descartar sus aportes al complejo mundo interconectado donde se lleva a cabo una explosiva revolución de la ciencia y la tecnología. 2017 debe ser el año del inicio de la reinvención universitaria.