RSE y filantropía en la Venezuela de hoy

La empresa privada se ve colmada de solicitudes para terapias, medicamentos o exámenes, incosteables para la mayoría de los ciudadanos. La crisis nos obliga a revisar nuestros valores y nos invita a reforzarlos ante la fragmentación de la sociedad

La Responsabilidad Social Empresarial (RSE), si bien con décadas como concepto y metodología que busca la generación de bienestar, crecimiento y calidad de vida mediante aportes privados y del Estado a través de la Sociedad Civil, apenas entró a Venezuela en 1994 mediante la iniciativa del entonces presidente de la República, Rafael Caldera cuando, por vías del Ministerio de la Familia, fomentó la creación de más de 20 mil organismos no gubernamentales.

Se crearon instituciones que promovían el primer empleo, alimentación de niños, inserción de discapacitados, ancianos, madres solteras y precoces, imitando el modelo colombiano que, para aquel entonces, nos llevaba 20 años de ventaja. Al mismo tiempo se incentivó al micro empresariado, tanto en su formación como financiación, copiando las economías de Italia, España, Suecia, entre otras, donde el 94 % de las empresas son pymes que generan el 60 % de los empleos. 

Esto es lo que el Modelo de Desarrollo Social propone al dirigir la erogación en esas áreas como una inversión económica y no como un gasto deducible del impuesto. En julio de 2016, un emprendedor gana en Europa, en promedio, 40 mil euros netos al año, equivalentes a unos 28 millones de bolívares a tasa Dicom (con énfasis en neto, o sea luego de descuentos por APS, impuestos, planes de jubilación, etc.).

A partir de 1999, con el cambio del modelo económico, la financiación y apoyo a estas iniciativas fueron eliminados al verlos como parte del Estado capitalista, creándose propuestas enmarcadas dentro de la ideología de la izquierda dominante. Muchos fueron los intentos de mejorar los ingresos individuales, destacándose las cooperativas (unas 150 mil) identificadas con los modelos soviéticos de colectivización. Tanto en la URSS como en Venezuela fracasaron. La razón fue simple, el cooperativismo dedicado a la producción de bienes es exitoso pero el ideado por el homo sovieticus está dedicado al consumo, ergo, al acabarse lo producido no hay con que reemplazarlo. El cooperativismo soviético duró cinco años, de 1928 a 1933, culminando con el Holomodor. Es un hecho que las ONG de Caldera y el cooperativismo de Chávez terminaron sin éxito luego de haber ingerido inmensas cantidades de dinero.

La dramática situación que vive nuestro país ha obligado a empresas a destinar su poca plusvalía a la filantropía, retrotrayéndonos a la década del 80 del siglo pasado. Si una institución privada apoyaba a la ancianidad, educación, cultura, fomentaba la actividad deportiva, la creación de microempresas o cooperativas, hoy el peso de los requerimientos del entorno los inclina hacia el área de salud.

La empresa privada se ve colmada de solicitudes para terapias, medicamentos o exámenes, incosteables para la mayoría de los ciudadanos. En una situación “normal” los recursos irían a un CDI o ambulatorio para que tuviesen los insumos con que atender a la población al tiempo de crear modelos autogestionarios que les permitiesen perdurar en el tiempo. 

Si bien la filantropía es la antítesis del desarrollo, ya que solo es un impulso generoso de ayuda a determinada persona o grupo sin que se busque una solución al problema, la agobiante necesidad obliga a la entrega de donativos o aportes.

Al vivir en un Estado fallido, que por definición es el que no puede garantizar los servicios básicos (léase agua, electricidad, alimentos, medicinas, seguridad), y con el tejido social roto los esfuerzos deben concentrarse, por una parte, en que las instituciones no lucrativas que sobreviven logren llevar adelante los objetivos para los cuales fueron constituidos (pacientes con cáncer, niños discapacitados, con VIH) y las empresas privadas en ayudar a su entorno mediante la atención de la salud, ya sea a través de esas ONG o directamente.

La crisis nos obliga a revisar nuestros valores y nos invita a reforzarlos ante la fragmentación de la sociedad, la emigración masiva de jóvenes talentosos así como la alta movilidad económica y laboral. Lograr retornar a los valores universales en una sociedad agobiada por la necesidad de sobrevivir, con la mayoría en la base de la pirámide de Maslow, nos conlleva a reflexionar sobre el abordaje de la situación. Debemos estar preparados para el futuro y usar toda la experticia, capacidad y talento para lograr la equidad y justicia social.

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