Sólo
Este es un país de remiendos. Más que eso, llegan a zurcir esquemas para retroceder cuando todo se les cae encima. Así como el granuja que falla su escaramuza y huye despavorido por los callejones sombríos. Como siempre, se hayan desarmados de propuestas para la buena digestión de la multitud y de planteamientos idóneos para propiciar la producción de ideas e insumos. Sólo saben izar la componenda de la indignación.
Esta vez, al igual que con la supresión de antojo del billete de cien y complicado en su propio laberinto de bolsillos, debieron echar para atrás la locura de eliminar de un sólo plumazo judicial, la capacidad beligerante y democrática de la Asamblea Nacional.
Fue incontable la cantidad de naciones que llamaron a sus embajadores, solicitando respuestas certeras a la atrocidad judicial develada esta semana. Aquellos gobiernos que permanecían callados, sus diputados y senadores tomaron la batuta para manifestar su consternación y solidarizarse con sus colegas venezolanos.
Para muchos, lo más asombroso fue la intervención de fantasía de la cabeza del Ministerio Público. Convincente o no, con una sonrisa socarrona, desproporcionada y vitoreada por quienes se hizo acompañar, la Fiscal General de la República manifestó su rechazo al quebranto constitucional.
Se perdió el hilo de la Carta Magna, pues tiraron el costurero del Estado de derecho al vacío y dejaron perdido el alfiler en el pajar. Ni más ni menos, optaron por asumir tamaño descalabro legal, pese a que la OEA les estaba azuzando al oído. Como para no dejar dudas en todo el globo terráqueo, sobre el bocado dictatorial atragantado en nuestro país, el Presidente y sus marionetas institucionales, traman esta nueva estupidez legal de ponerle mutis eterno al Parlamento y asumir todas sus competencias desde el TSJ.
Cuando el techo parecía resquebrajarse y organismo como la OEA, ONU, Mercosur y hasta la propia Unasur mostraban sus desaprobaciones por medio de comunicados, declaraciones apuradas y ruedas de prensa de asombro, el Gobierno nacional en la madrugada del sábado y con sus trasnochados arrepentimientos, detuvieron la indignante sentencia, aguantando sus rabietas comunistas y conteniendo el pronunciar las palabras de su mentor fallecido: “por ahora”.
No sé si se sentaron las bases para convencer por fin al mundo, que a diario nos abofetea una dictadura fachendosa y demagógica. Solo estoy convencido que este gobierno indignante se lo pensará un poco más antes de volver a asumir otro entuerto del manual de los disparates socialistas.