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El evangelio gira entorno al agua, que no sólo para los pueblos de la Biblia, sino que para toda la humanidad representa la vida, la prosperidad, la fecundidad, la descendencia. De allí lo radical que pueda parecer las escenas del desierto, del sediento, del calor, que expresan el deseo del hombre hacia Dios. Dicen los salmos: “Mi alma está sedienta de ti, como tierra reseca, agostada sin agua”; “Como la sierva anhela las corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío”; “El Señor es mi pastor, nada me falta, hacia las aguas de la vida, me conduce”. En síntesis, el hombre desea, anhela, espera, ansia a Dios, y lo compra a la falta de agua.
Es Jesús el agua viva, es Él, la fuente de nuestra salvación, el agua que nos sacia, que nos limpia, que nos purifica; el agua que se ofreció a la Samaritana, hoy por medio de este evangelio, también llega a nosotros como torrente gracia, si aceptamos adorar al Señor, reconocerlo como nuestro Mesías.
Hoy nos encontramos en medio del desierto de la vida, cansados, aburridos, agobiados por nuestra sed, por el hambre física y de justicia, queremos la paz, queremos descanso para nuestras manos cansadas de pelear, queremos un agua de vida, que no se acabe, que nos sacie en lo profundo, que nos nutra, que nos ayude a continuar. Y esa agua es Jesús.
Dirá el Card. Ravasi, comentando este evangelio: “Uno de los padres de la Iglesia, San Gregorio Nacianceno, exclama: “Dios tiene sed del que tiene sed de Él”. Sin Dios la vida es soledad y angustia, es vacío y desierto, en otras palabras es muerte”… Como decía el autor del siglo I: “Venid todos los que tenéis sed, tomad la bebida que sacia la sed. Descansad cerca de la fuente del Señor, bella y pura, ella aplaca el alma. Sus aguas son más suaves que la miel, porqué brotan de los labios del Señor ¡Bienaventurados los que han bebido y han aplacado su sed!”.
Que este domingo, podamos sentarnos en el pozo del descanso con Jesús, allí podremos beber de su agua, descansar de nuestros pecados, reposar de tanta violencia y habladuría, y cuando termine el día le roguemos al Señor: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed”.
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Evangelio (Jn 4, 5-42)
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía. Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber”. (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le contestó: “¿Cómo es que Tú, siendo Judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos no tratan a los samaritanos). Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios y Quien es el que te pide de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría agua viva”. La mujer respondió: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿Cómo vas a darme agua viva? ¿Acaso eres Tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?” Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que Yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que Yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”. La mujer le dijo: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”. Él le dijo: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”. La mujer le contestó: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Tienes razón en decir: ‘No tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”. La mujer le dijo: “Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y ustedes dicen que el sitio donde se debe adorar es en Jerusalén”. Jesús le dijo: “Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos. Porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. La mujer le dijo: “Ya sé que va a venir el Mesías (es decir Cristo). Cuando venga, Él nos dará razón de todo”. Jesús le dijo: “Soy Yo, el que habla contigo”.