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Los cambios que la sociedad ha experimentado en los últimos años también afectan a la infancia y, en ocasiones, ser niño ya no es lo que era. Muchos padres y madres actúan más como colegas que como progenitores. En aquella infancia que vivimos los de mi generación, los padres eran eso, padres. Enseñaban a los niños y niñas a ser personas, a tener lo que se llama urbanidad. En definitiva, maneras de comportarse y ser respetuosos, cómo actuar en unas y otras ocasiones, qué hacer y no hacer en determinados escenarios.
Hoy, raro es el padre o la madre que corrige en público a su hijo cuando éste no para de gritar o brincar entre las mesas de un restaurante; o juega con los cubiertos y los vasos que, seguro, acabarán en el suelo. Una sola mirada del adulto era suficiente, no hacía falta ni una palabra más alta que otra.
Pocos son los niños que se atreven a comer algún alimento recién recolectado, porque prefieren sacarlos de bandejas de plástico, y le hacen ascos a un racimo de uvas recién vendimiado o a un higo que se acaba de arrancar de la higuera. Y de beber agua en fuentes de campo y montaña, ni hablar. Antes era normal dar un paseo por el campo sólo para beber agua de una fuente. Era una especie de ritual. Ahora, se sale al campo con agua embotellada.
Meterse con algún compañero no solía permanecer en el tiempo, ni tenía la violencia y cotidianeidad que tiene en la actualidad el acoso escolar. Pero ahora, afecta a niños a partir de los siete años. Se acosa y se agrede de forma violenta y, por si no fuera suficiente, se publica en redes sociales. ¿Las familias no son conscientes de lo que pueden hacer sufrir sus hijos? Según datos de la Fundación ANAR, un 30 % asegura que no se lo cuenta a sus padres, y un 10 % no le ha dicho a nadie que sufre este problema. Un informe de Save the Children señala que uno de cada diez alumnos afirma que lo ha sufrido, muchos que han recibido golpes y uno de cada tres admite haber agredido a otro estudiante. Qué sucede para que los niños y niñas no confíen en sus padres y en los profesores.
Al niño hay que escucharle, ayudarle en sus problemas, animarle en sus malos momentos, respetar que quiera o no realizar actividades fuera del horario escolar e incidir en el respeto hacia los demás. Los niños serán siempre niños, pero las cosas han cambiado. Unas para bien y algunas han empeorado. Sea como fuere, ser niño ya no es lo que era.