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El Gobierno central, en su ingenuidad de creer que podría cambiar el contexto económico mundial, agotó todos los recursos a su alcance para tratar que los precios del petróleo se mantuvieran altos. Con cierta solemnidad, y algo de sorpresa, el Presidente ha informado reiteradas veces desde el año pasado que los precios del petróleo están cayendo. Más recientemente, la bancada oficialista en la AN ratifica, también con cierta sorpresa y resignación, que los precios del crudo están en niveles muy bajos.
Estas afirmaciones y actitudes preocupan, ¿por qué? Por un lado confirman la idea de que el Gobierno no tenía un plan distinto a creer que siempre tendría abundantes recursos provenientes de la renta petrolera. Por otro lado, y dado que ya ocurrió lo que tenía que ocurrir, es que la posición de quienes debieron estar ocupados previendo escenarios y vías de acción frente a estos, ahora se presentan tan sorprendidos como cualquier ciudadano común de la crisis de las materias primas a nivel mundial, que viene anunciándose ya desde hace algún tiempo.
En otras palabras, quienes han tenido las riendas del país durante los últimos años intentan replicar la eterna fórmula revolucionaria del “recién llegado”, siempre buscando algo de novedad que permita distraer la atención.
Lo cierto es que cuando se debió ahorrar no se hizo, cuando se debió diversificar la economía no se hizo, y cuando se debió fortalecer la institucionalidad como principal aliada de la inversión se debilitó hasta dejarla en estado crítico. En términos claros, el Gobierno no preparó al país para la “época de las vacas flacas”, y eso sin duda era parte de su responsabilidad. Es como si un conductor que choca el auto les diga a los pasajeros que todos tienen la misma responsabilidad en el accidente.
Ahora, lo pasado ya pasó, dirán algunos. Eso es cierto, como también lo es que se debe hacer frente a la situación de manera constructiva, y no simplemente achacando culpas. Pero, eso no significa que quienes tuvieron la responsabilidad de dirigir se metan en el mismo saco que todos los demás, lo menos que deben hacer es reconocer los errores y tratar de enmendarlos. Una gran lección para el país sería que los dirigentes empezaran a asumir sus responsabilidades, en vez de estar librando batallas contra fantasmas y sombras.