Si mi madre viviera

Mi madre orgullosa y erguida tomó la vida como un reto en una sociedad machista con rezago feudal  para conducir a sus hijos hacia el éxito

Nunca son suficientes las lágrimas que se vierten por la madre ausente, pero nos ayudan a imaginar que en alguna forma está presente.

Viuda joven, con cuatro hijos que mantener formar y educar, tuvo malicia, moral y sabiduría para enfrentar las emboscadas sentimentales de la vida y rechazar falsas pretensiones de compañía masculina ocasional.

Orgullosa y erguida, tomó la vida como un reto en una sociedad machista con rezago feudal para conducir a sus hijos hacia el éxito. Con esa norma de vida haciendo frente a las dificultades, estoy en deuda con ella para identificar el lugar donde reposa en Santa Marta con este epitafio: Aquí yace Martina Royero, una mujer extraordinaria, que por el porvenir de sus hijos: Retó al destino y le ganó.

Pródiga en afectos, también exigente al demandar de sus hijos la correspondencia a sus sacrificios para hacernos ciudadanos, de tal manera que nuestros actos son producto de sus enseñanzas y de su ejemplo, pues nada hemos hecho que nos obligue a bajar la frente.

En su natalicio el día de su partida, y en esta fecha universal consagrada a su figura, como la canción mexicana siento que una “inmensa nostalgia invade mi sentimiento y que al verme tan solo y triste como ave al viento, quisiera llorar de sentimiento” y mitigo su sentida ausencia evocando los gratos recuerdos de mi infancia mimado por sus celos y cuidados.

Maestra por vocación, instaba a estudiar para conquistar futuro, esa prédica diaria en casa, era una sutil sugerencia que para ser doctores solo lo lograríamos estudiando. Ahora pienso que a nuestra edad, esa aspiración era más de ella que de nosotros, pero quería sembrarla en nuestra mente y logró de esa intención una fértil cosecha.

Medio siglo atrás ser bachiller era un privilegio para habitantes de centros urbanos, quienes vivían en pequeños pueblos se quedaban a mitad del camino condenados a la frustración y al fracaso.

Martina Royero avizoró ese futuro incierto si se quedaba en ese villorrio olvidado y remoto, y sabiamente decide trasladarse con sus hijos y un equipaje lleno de ideales a Santa Marta donde está la secundaria y fue acertada su decisión. La universidad sería el reto mayor para Enio y yo, dos bachilleres pobres de provincia en la capital lo hicimos, pero el arquitecto de ese edificio, fue mi madre.

Hoy, a 18 años de su viaje sin retorno, me queda la tranquilidad del deber cumplido pero aun así, cuántas cosas haría por ella si mi madre viviera.

 

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