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“Si le vas a dar base por bolas, no importa porque el que viene atrás es más malo todavía. Si le vas a pegar la bola por la cabeza, mejor, ojalá lo ‘matéis’, no importa”. Con esa locuaz expresión, el mánager Eduvino Quevedo motivó a su abridor Rubén Mavárez a lograr, con un ponche, el título de Sierra Maestra en el Mundial de Pequeñas Ligas celebrado hace -hoy justamente- 15 años Williamsport, Pensilvania, EEUU.
El 26 de agosto del 2000, 14 guerreros sureños de entre 11 y 12 años de edad vencieron tres carreras por dos a Bellaire (Texas) y consiguieron la segunda Serie Mundial de Pequeñas Ligas para Venezuela. En el evento, al que asistieron en representación de Latinoamérica, se repusieron de un amargo comienzo -de nocaut 10-0 ante Japón- para brillar en el mítico Howard J. Lamade Stadium.
En el país, se respiraban aires muy distintos a los de hoy, la época era otra: todo -o casi todo- era posible. La calidad de vida hacía que Venezuela gastara más que de costumbre. Era el “mejor momento” para seguir endulzando el episodio que vivía el territorio nacional. Telcel Bellsouth -hoy Movistar-, obsequiaba un teléfono inalámbrico con la compra de cualquier celular y los precios en las librerías, por ejemplo, eran asequibles a gran parte de la población. Los diarios se veían repletos de publicidad de cualquier producto. Ni hablar de las páginas que pagaban los supermercados. Éramos felices y no lo sabíamos…
Sin embargo, algo se hacía esquivo pese al perenne talento criollo. En el trono de Williamsport, de antológica importancia en el béisbol menor, tenía seis años sin situarse un equipo proveniente de esta tierra. El triunfo de Coquivacoa, el más reciente entonces, empezaba a verse lejos en el distante año 1994.
“Williamsport fue una experiencia muy bonita. Del 94 al 2000 fueron seis años, y ahora van 15. Eso es muestra de lo difícil de ganar ahí”, dijo Quevedo a La Verdad. “Cuando llegamos, estábamos tan perdidos… Muchos de nosotros no habían salido de Venezuela. Contra Japón, los muchachos estaban comiéndose las uñas, estaban preocupados, es otra cultura”.
Los pícaros nipones
Llegar al Mundial no fue fácil, pues los de Sierra Maestra superaron una dura etapa en el Latinoamericano, que fue en Barranquilla (Colombia) entre el 27 julio y el 6 de agosto del 2000. Allí dormían en un cuartel militar y estuvieron tan cerca de la eliminación que dependían de una improbable ganancia de Aruba ante la fuerte Panamá, resultado que eventualmente benefició a los isleños (1-0) para que los criollos avanzaran.
Se estrenaron en el clásico mundial de la categoría infantil ante el lanzador Leo Nakayama y la aplanadora llamada Japón, conjunto al que Quevedo -un zuliano de pura cepa con acento, expresiones y rasgos sobremarcados- “pilló” trampeando. “Yo decía: ‘¡Dios mío, aquí tiene que haber algo, debe haber un truco!’”, contó el dirigente, asombrado por la paliza que les daban los nipones.
Ver las instalaciones de primer nivel y apreciar todo lo que tenían a su disposición, además del particular entrenamiento en el infield de los asiáticos, los sorprendió. “Vimos practicar a Japón y ellos gritaban y hacían ciertas cosas. Nosotros decíamos: ‘Ay, mi madre, ¡¿vamos a jugar contra estos animales?!’”, admitió jocosamente Marcel Prado, relevista en Doble A de los Orioles de Baltimore.
“Yo estaba en el shorstop y nada más veía los jonrones. Después de la derrota, nadie nos ‘paraba’, creían que ya no teníamos vida”, contó Mavárez a este rotativo.
Al ver la ofensiva de los rivales, Quevedo tomó una decisión drástica: “En el cuarto inning, yo les dije a Danilo Perdomo y a Jorge Urdaneta (sus técnicos) para traer a Juan Figueroa (CF) a lanzar, Danilo me dijo: ‘Profesor, ¿se va a rendir?’. Yo le dije: ‘No es que me voy a rendir, es que nosotros no ganamos este juego ni con los Yankees del ’48. Aquí todos están asustados. Mirá a los muchachos, esos no son los muchachos de nosotros, aquí pasa algo…’”.
Lo que siguió fue una misión de detective dentro de un campo de pelota. El timonel pidió las cintas de video del juego y lo volvió a ver, detalladamente, entonces descubrió que, mientras los japoneses bateaban, un niño que fungía como coach en primera base robaba las señas de los venezolanos y las gritaba al mánager contrario.
“En la noche fuimos a casa de un intérprete y vimos el video. Me di cuenta de que el ‘dientón’ del mánager (de Japón) estaba cazando las señas del otro lado. Cada vez que pedía la curva, el niño gritaba; cuando le pedía la recta, también gritaba. Y a Marcel (Prado), por eso, le cayeron a piña, línea y línea… ‘¡Ve! Aquí está, ve… el ‘súper equipo’ de Japón. Aquí fue que me jodieron, ahora se van a joder ellos’”, soltó el estratega sin pudor.
El alegre camino
La única cara triste que tuvieron los dirigidos por Quevedo fue la caída frente a los provenientes de la tierra del sol naciente. De ahí en adelante, se lavaron la cara y se casaron con el triunfo. Blanquearon 3-0 a Arabia Saudita con gran labor de Mavárez en la loma, dejaron en el terreno 5-4 a Canadá y volvieron a chocar frente a un confiado Japón (5-4).
“El día que perdimos 10-0 Eduvino nos llamó a la habitación y empezamos a echar cuentos y a bromear. En ningún momento hablamos de que perdimos, a nosotros se nos olvidó por completo que estábamos en un mundial”, aseguró Prado. “Ellos hicieron que se nos olvidara, no sé cómo hicieron”.
Los nipones, aunque pudieron contar con Nakayama (su abridor estelar), se acordaron del nocaut y prefirieron usar a su lanzador número tres frente a Venezuela. Eso, y la recuperación de los chamos de Sierra Maestra, les costó para seguir con vida. “Una jugada perfecta de mucha importancia fue cuando, en el quinto inning, llenaron las bases con un out. Batearon un rolling a Marcel, que estaba lanzando, y completamos un double play entre home y primera. Ahí se mató el juego”.
Una vez 100 por ciento listos, Quevedo ideó una estrategia que no fallaría: que los japoneses fueran intimidados por los suyos, aparte de encarar las jugarretas del mánager de ese equipo. “Hicimos prácticas lanzando como lanzaban ellos, el mismo trabajo de Leo Nakayama, alzando la pierna. Yo no dejaba de ir a los juegos de ellos, yo fui allá a trabajar. Cuando llegó el juego, igualito pusieron al carajito (el coach espía) en primera. Les pedí a los muchachos que simuláramos una seña y que le sacaran la lengua al pitcher e hicieran muecas cuando fueran a batear. El primero fui yo, que cuando me tocó darle la mano al mánager de Japón, le dije: ‘Hoy va a ser el día que te voy a esbaratar el fondillo’. Yo hacía todo eso para animar a los niños míos. Ahora los que gritaban y los que tenían la soltura eran los míos.
Hubo un momento en el que hice una sortija como seña y el carajito (de primera) la vio. Entonces el mánager le preguntó qué seña me había agarrado y el chamo le hizo la sortija a él… (risas). Yo le gritaba al mánager: ‘¡Pelea e’ perro, hoy te doy nocaut!’ y le gritaba de todo. Yo estaba nervioso, pero no se lo demostraba a los niños'”.
La polémica conversación
Uno de los capítulos más memorables del paso de los venezolanos por Williamsport ocurrió en el último desafío, ante Bellaire. En el sexto tramo, con el score 3-2 y a solo un out de sellar el título, los texanos tenían hombres en las esquinas.
Quevedo se acercó a Mavárez y le dio estas resonantes indicaciones: “¿Cómo te batea este a vos? Este viene de la banca, vamos a tirarle tres metrazos, ponete grandísimo. Si le vas a dar base por bolas, no importa porque el que viene atrás, es más malo todavía. Si le vas a pegar la bola por la cabeza, mejor, ojalá lo ‘matéis’, no importa”.
El detalle es que el piloto tenía un micrófono en la franela y lo escuchó gran parte del mundo: era un juego que transmitía la cadena ABC. Hoy, 15 años más tarde, no se arrepiente: “Eso me salió del alma, del corazón, yo decía esas cosas para animarlos e incentivarlos. Cuando llegué al dugout, me dijo el intérprete: ‘¿Qué hiciste? Está todo el mundo murmurando’. Yo le dije: ‘Ahora hablamos, ahorita no puedo’ y le gritaba cosas a Mavárez”.
La arenga funcionó. El derecho sacó una recta del alma y abanicó a Hunter Johnson para saltar, tirar su guante y caer de rodillas en el morro mientras esperaba al resto de sus compañeros, cómplices de juego, diversión y camaradería en el clubhouse y en los salones de juego del complejo. Mavárez terminó con apertura completa de cuatro indiscutibles, seis ponches y un boleto. Y no, claro que no le pegó la bola al bateador…
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