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“Lo único a lo que no podemos renunciar es a tener buena voluntad y si actúo ateniéndome a ella, sean cuales fueren las consecuencias, nadie me puede reprochar moralmente nada”. Immanuel Kant.
Soy demócrata por formación y por convicción, por tanto, respetuoso de la opinión de los demás. Si no estoy de acuerdo con la opinión de alguien o de un grupo, busco los argumentos para tratar de rebatir su posición y persuadirlos de que acepten los míos. En la práctica política asumo la versión Aristotélica: “soy amigo de Platón pero más amigo de la verdad”, aun cuando ésta sea muy difícil de definir. Además, Aristóteles consideró algo que mantiene su vigencia, y es que la finalidad del Estado es la promoción de la virtud y también la felicidad de los ciudadanos. Lo que equivale a decir que la conducción del Estado requiere de personas virtuosas, no santas, sino gente con valores y principios muy acentuados.
En Venezuela ocurre todo lo contrario, la política ha sufrido un proceso de degradación, de envilecimiento, donde en lugar de competencias se observa un pugilato entre aventureros y mercenarios sin principios, sin valores y sin dignidad. Nos está gobernando un grupo de resentidos sociales incapaces de anidar verdaderos ideales como seres humanos.
Debemos admitir sin culpas que no solo del lado del Gobierno están los mediocres, incapaces y aprovechadores. Ya hay signos evidentes y señales de aparición de quienes, salvados del naufragio, empujan insensatamente hacia una salida carente de toda estrategia que no sea tomar por asalto el poder. Estamos obligados a rechazar la retórica oscurantista que arremete y ataca el esfuerzo unitario expresado en la MUD desde donde se ha logrado debilitar la muralla “revolucionaria” antihistórica que logró erigirse gracias al uso desvergonzado y grosero del poder y sus instituciones.
Tenemos que proponernos hacer de la política un instrumento para el progreso y el desarrollo de los pueblos, como dijera el doctor Jorge García Tamayo en su discurso del aniversario de la ciudad de Maracaibo. Eso implica educar para la libertad, educar para la democracia. Formar ciudadanos demócratas, inconformes, pero, conforme a lo que los valores democráticos establecen. Despertar la inquietud por el destino personal apegado a los valores individuales, sin desconocer las exigencias armonizadoras con los valores sociales, entre los cuales, los democráticos son esenciales. Dicho en palabras de Savater: “buscar en común una verdad que no tenga dueño y que procure no hacer esclavos”.
Ahora cuando se percibe más cerca que nunca una salida democrática. Sin violencia, por vías electorales, o por una renuncia pactada, no nos neguemos a lo que constituye la esencia de la política: el diálogo, las conversaciones, las negociaciones y los acuerdos. Hasta en medio de los conflictos armados ha sido así. Los venezolanos necesitamos superar esta tragedia al menor costo social y humano posible, sin heridas en el alma que nos conviertan en otra legión de resentidos de nuevo cuño.