Estos días han sido fructíferos en el ejercicio de la presión mundial en contra del régimen dictatorial de Nicolás Maduro. Nuevas sanciones han surgido en contra de individualidades que forman parte del entorno de complicidad y delitos que rodea al citado usurpador de la presidencia de la República. Entre los sancionados se encuentra el ministro de la defensa, quien se ha dedicado a defender al régimen y no a los ciudadanos. Irrespetando el rol constitucional de la Fuerza Armada, intenta convertirla en integrante del partido de gobierno.
Pero es indudable que allí dentro hay movimientos dirigidos por militares institucionales que luchan por la defensa de la constitución. También ha sido sancionada la llamada “primera combatiente” quien se ha convertido en parte importante del entramado de delitos y corrupción que rodea a Maduro, así como los hermanos Rodríguez, uno convertido en el Goebels de la modernidad y la otra en cómplice de la destrucción de principios tan básicos como la separación de poderes y la descentralización. Todos ellos han sido parte del soporte maligno que tanto daño ha hecho a nuestro país. Todas las sanciones individuales que se produzcan en su contra sirven de presión y cerco para lograr que se produzca el necesario cambio político que aspiramos los nacidos en esta tierra.
Otro acontecimiento mundial que nos llena de esperanza es el acompañamiento al pueblo venezolano demostrado durante los últimos días por los líderes de la región, durante la celebración del 73° periodo de sesiones de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, lo cual debe traducirse en un espaldarazo a la determinante oportunidad que tiene la ciudadanía de ejercer su soberanía y rescatar la Constitución. Que varios jefes de estado de toda América hayan levantado su voz, contundente y altiva, para llamar las cosas por su nombre, para caracterizar adecuadamente la crisis venezolana y para abogar por la inmediata solución a un problema que genera externalidades negativas a lo largo del continente, constituye también un adecuado mecanismo de presión internacional que debe servirnos de incentivo para la lucha dentro de nuestro país.
Se suma a las buenas noticias, en medio de la tragedia bestial que vive la ciudadanía, la decisión de seis países de acudir a la Corte Penal Internacional a denunciar a Nicolás Maduro por delitos de lesa humanidad. Es un hecho sin precedentes que va a convertirse en un poderoso mecanismo de presión en contra de los dictadores. Que bien que Argentina, Colombia, Perú, Chile, Paraguay y Canadá hayan tomado la iniciativa de seguir acompañando al pueblo venezolano con esta acción judicial internacional.
Ahora, mientras escribo este artículo recibo la información de que se ha producido, por primera vez en el Consejo de los Derechos humanos de la ONU, una resolución sobre Venezuela. Con 23 votos a favor, 7 en contra y 17 abstenciones, fue aprobada esa resolución en la que la citada instancia mundial exige al régimen venezolano aceptar ayuda humanitaria internacional y expresa preocupación por “las grandes violaciones de los derechos humanos” en las que ha incurrido el madurismo en contra de los venezolanos.
Todo esto demuestra que el mundo entero tiene la mirada puesta en Venezuela. Pero más importante aún, el mundo entero está acompañándonos en la lucha por la restitución de la democracia y de la libertad. Y es natural. No se trata de injerencismo ni de violación a la libre determinación de los pueblos. Se trata de una necesaria lucha mundial que debe librarse en contra de cualquier gobernante que alrededor del mundo caiga en el totalitarismo y en la agresión en contra de sus propios ciudadanos.
Con todo este apoyo, los venezolanos debemos animarnos cada día más, levantarnos frente a las dificultades e intensificar nuestros mecanismos internos de presión para que logremos el quiebre que permita el cambio en nuestro país. Hay mucha solidaridad con nosotros. Actuemos en consecuencia. XX