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El venezolano solo entiende el pasado de una forma mitológica. En consecuencia, carece de un sincero arraigo acerca de su propia Historia. Esto obviamente ha sido inescrupulosamente explotado por nuestros presidentes “nacionalistas” que no pocas veces le han sacado rédito a estas exaltaciones frenéticas que contribuyen a una supuesta unidad popular ante el felón imperio que osó ultrajar el suelo sagrado de la patria.
En nuestra historia abundan los impasses con potencias extranjeras y la verdad es que no nos ha ido nada bien, poniendo en duda nuestra prosapia guerrera. La “Pérfida Albión”, es decir, Inglaterra, de aliada nuestra en la Guerra de Independencia devino en traicionera terrófaga y se apropió de nuestra Guayana Esequiba sin que nuestras fuerzas militares pudieran hacer algo pare repeler tamaño crimen a nuestra integridad territorial, en suma, la defensa de la soberanía. En 1903, el Cabito, un Cipriano Castro un tanto demencial, retó a las principales potencias de la época a no pagarles unas viejas deudas contraídas, y por poco se nos cogen al país. Gracias a Dios que los gringos supieron aplicar la odiosa Doctrina Monroe (1823): “América para los americanos”, es decir, todo el continente estaría signado por la influencia y hegemonía del Águila Calva. Aunque en el imaginario colectivo nacional se nos ha hecho creer que las viejas baterías en las viejas fortalezas coloniales hispanas, fueron las que repelieron a los cruceros y acorazados enemigos.
Decía Samuel Johnson (1709-1784) que “El patriotismo es el último refugio de los canallas”, y son estos canallas quienes alardean de patriotas y fervientes nacionalistas logrando manipular a colectivos desprevenidos bajo una causa común que termina confundiéndose con la causa del gendarme de turno. Sólo que se juega con fuego.
“Los Hijos de Bolívar” sólo representan un símbolo, una metáfora de un pasado lleno de lustre que poco tiene que ver con un país hecho y rehecho, sin mayores resultados y desaprovechando la inmensa fortuna negra del petróleo.
Toda amenaza exterior es condenable cuando se trata de menoscabar la integridad y soberanía de cualquier país, aunque sabido esto, bien valdría la pena de una vez por todas, de que nuestra dirigencia se tomara en serio sus obligaciones tendientes a fortalecer a la nación sobre supuestos empíricos, y no con la rimbombante retórica vacía de siempre.