El régimen que le perdió el rastro al humanismo hace mucho tiempo, solo sigue con su compás de burlas. El diálogo en República Dominicana se cerró, cuando le instaron a utilizar canales democráticos y nombrar un nuevo Poder Electoral
Una ráfaga de viento movió la paupérrima embarcación, como un cataclismo desconcertante, ineludible y repentino, entre oleajes de infortunios y un destino indescifrable. Un sol devastador parece chamuscar los rostros de 30 pasajeros turbados por su propio riesgo, quienes tratan de digerir su aventura de sobrevivencia.
El agua salada sobrepasa la lancha, que apenas logra sortear los vericuetos marinos. Cuántas dudas pesan sobre sus cabezas para tomar la decisión de asumir un viaje de tanta incertidumbre.
Habían zarpado desde La Vela de Coro, con un equipaje justo y una necesidad extrema de responder a la complejidad de sus propios estilos de vida. Huir con un aire de espanto, azorados y con la convicción implacable de estar mejor en cualquier otra parte, que en su propio país.
“Ahora somos balseros”, se habrán repetido mil veces, entre voces de arrepentimiento y una esperanza diluida con cada bandazo de la barca. No hay dinero en los bolsillos, solo indignación. Imposible costear de otra manera este éxodo y mucho menos por los canales regulares.
El mareo parece interminable y un susto aprensivo los envuelve. No hay vuelta atrás. Cómo claman por ver un trozo de tierra, una ensenada o algo menos abrumador que esa marejadilla incómoda que invade la barcaza. Con los dientes apretados parecen emitir un rosario de súplicas para que no suceda nada.
No saben si el bote cuenta con la fortaleza suficiente para llegar a tierra firme. La travesía puede durar 14 horas y el peligro, la vacilación y el aturdimiento hacen estragos en la cordura. No están al tanto si podrán contar este trepidante relato.
Pero por instantes el movimiento estremece los vértices de la lancha. Algo parece que tiende a quebrarse, pese a contar con el presentimiento que la orilla está cerca. Algo se divisa. Tamborilean los pechos sin mediar en el entendimiento. Un remezón se destripa como una catástrofe insólita. Una sombra enorme los envuelve. Los asfixia por segundos extremos. Su voracidad los tumba, mientras se va perdiendo el conocimiento y apenas se entiende que la vida es un hilillo tan delgado que puede ser derruido y quebrado por un pensamiento equivocado.
Lo ha informado la emisora Z-86 Radio de Curazao, con un tono tan decidido como funesto. El naufragio ocurrió llegando a la costa de Curazao, a la altura de Koraal Tabak. En primer término aparecieron cuatro cadáveres, dos hombres y dos mujeres. Se habla de 16 sobrevivientes, que tal vez no tengan conceptos suficientes para narrar su agria hazaña.
Lo pudo detectar un helicóptero que sobrevuela constantemente la zona, en vista de la proliferación de la emigración ilegal desde Venezuela, por lo cual han extremado las medidas de seguridad. Cerca de los fallecidos se hallan los restos de la embarcación, como un monumento asestado en la playa. Habían partido el martes con tantos planes inconclusos. Pero una roca sorpresiva, hiriente, capaz de arruinar el vientre del bote, hizo añicos unos sueños moldeados por la desesperación.
El viernes siguiente se conoció la noticia de la aparición del cadáver de otro balsero imprudente. Se espera que puedan aparecer nueve fallecidos más, siendo el ejemplo de que estamos más cerca de Cuba en nuestras actitudes de fuga que en los kilómetros marítimos.
Resulta la primera vez que se genera esta cifra de muertes por escapar hacia Aruba, Curazao y Bonaire. En esta bitácora premeditada hacia la desdicha, el régimen que le perdió el rastro al humanismo hace mucho tiempo, solo sigue con su compás de burlas y el diálogo en República Dominicana se cerró, cuando le instaron a utilizar canales democráticos y nombrar un nuevo Poder Electoral. ¿Cuánto más puede naufragar la paciencia del venezolano?