El
Las imágenes de niños agonizando por un bombardeo con armas químicas no solo conmovieron al mundo ante las atrocidades que sigue viviendo Siria, también provocaron la represalia unilateral de EE.UU. contra Damasco, haciendo que su presidente, Donald Trump, abandonara su propia y vanagloriada doctrina.
“Estados Unidos primero”, repetía una y otra vez el multimillonario durante su campaña electoral, en la que en numerosas ocasiones reiteró que pondría los intereses de los estadounidenses por encima de los pactos y los conflictos internacionales.
El multimillonario fundamentó parte de su estrategia como aspirante a la Casa Blanca en una política aislacionista, tanto en términos comerciales, enfrentándose con México y acabando con el TPP, como en lo respectivo a la geopolítica y la seguridad transnacional.
Esos principios quedaron patentes, por ejemplo, en sus peticiones vehementes a los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para que contribuyan “con su parte justa” a la alianza, de manera que no recaiga sobre Estados Unidos el grueso de los aportes que recibe la organización.
El multimillonario decía querer centrarse en “hacer Estados Unidos grande otra vez”, como rezaba su lema de campaña, sin mirar demasiado a lo que pasara fuera de sus fronteras, empeñado, incluso, en levantar muros sobre ellas.
Sin embargo, tras poco más de dos meses de asumir la Presidencia estadounidense, Trump optó por dar un giro a su propio guión y, de manera unilateral, pasando por encima de las conversaciones que se estaban dando en Naciones Unidas, atacó en la noche del jueves la base aérea de Shayrat, en las proximidades de la ciudad siria de Homs.
“El martes el dictador sirio Bachar Al Asad lanzó un horrible ataque químico contra civiles inocentes. Usando un agente nervioso mortal, Asad ahogó las vidas de hombres, mujeres y niños indefensos. Fue una muerte lenta y brutal para muchos”, apuntó el mandatario en referencia a los más de 80 muertos que dejó el bombardeo.
Ante esa situación, el multimillonario ordenó personalmente, bajo su condición de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas estadounidenses, el lanzamiento de casi 60 misiles crucero, que destrozaron buena parte de las instalaciones, aviones e equipamiento de las fuerzas sirias en esa base.
Como candidato, Trump había argumentado que sacar a Al Asad del poder no era una prioridad tan urgente para Washington como vencer al grupo yihadista Estado Islámico (EI) en Irak y Siria, quien a su juicio resultaba una amenaza más inminente y directa para los estadounidenses.
En su retórica no intervencionista, el presidente llegó incluso a afirmar que siempre se había opuesto a la guerra de Irak, aunque los medios de comunicación echaron mano de hemeroteca para demostrar que eso no era del todo cierto.
Trump criticó al entonces mandatario, Barack Obama, y a su rival demócrata, la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, por entrometerse en problemas extranjeros, atraídos por una idea equivocada de que EE.UU. debe solucionar los problemas ajenos, y les acusó de priorizar los intereses de otras naciones a los de su propio país.
Pero lo cierto es que la represalia militar ordenada por el magnate supuso el primer ataque directo de la Casa Blanca contra Damasco desde que comenzara la guerra civil hace seis años, una medida que Obama precisamente descartó en 2013, cuando Al Asad efectuó un ataque químico similar al de esta semana.
“El presidente debe obtener permiso del Congreso antes de atacar Siria. Un gran error si no lo hace”, escribió Trump en su cuenta de la red social Twitter hace cuatro años, cuando su predecesor analizó la posibilidad de actuar militarmente contra Damasco.
Esa autorización del Congreso de la que entonces hablaba el magnate tampoco había sido emitida en esta ocasión, sin embargo, el ataque sobre la base aérea siria ha sido una de las pocas decisiones, si no la única, que ha logrado encontrar un gran respaldo tanto entre demócratas como entre republicanos.
De manera prudente, y advirtiendo que debe consultar con los legisladores en el futuro, el liderazgo de las dos cámaras del Capitolio apoyó el bombardeo al considerarlo una respuesta “proporcional” ante las atrocidades de Asad.
Hasta Clinton, curiosamente, había defendido la idea apenas unas horas antes.
En su mayoría, las grandes potencias mundiales han aprobado y justificado la represalia, mientras que unas pocas voces, con Rusia a la cabeza, la han condenado como “una agresión a una nación soberana”.
Esperado por algunos y sorprendente para otros, en cualquier caso el paso dado por Trump ha supuesto un abandono de su propia doctrina, que además de mandar una firme advertencia a Siria, ha generado el primer gran consenso alrededor del polémico mandatario.