Trump es un “niño de pecho”

No importa acudir al uso de información personal privada, protegida según la Carta Magna, lo importante es descalificar al otro como alguien que no es confiable

En el país es tan normal que los dirigentes políticos insulten al adversario o cualquiera que disienta de su posición, que ya nos hemos curado en salud. Una práctica generadora de odios, es utilizada para “argumentar” en cualquier discusión sobre todo si no se tiene o no puede dar una respuesta adecuada. No importa acudir al uso de información personal privada, protegida según la Carta Magna, lo importante es descalificar al otro como alguien que no es confiable, poco importan sus ideas o el tema del debate y puede ser catalogado de conspirador, terrorista, magnicida, traidor a  la patria o “colaborador”, como arguyen en un partido político de la oposición contra otros actores de la oposición que no comparten sus puntos de vista. Ser críticos hace a la persona blanco de la irracionalidad, del odio corrosivo.

Este tema, recientemente ha tenido amplia difusión en Latinoamérica a raíz del comentario despectivo de finales de junio, de Donald Trump, cuando dijo “nos están trayendo drogas, crimen, son violadores”, al referirse a los inmigrantes mejicanos y por extensión a los centros suramericanos y caribeños que anualmente ingresan a EEUU. Discurso que podría identificarse como la declaración de un precandidato republicano, inscrito en el ambiente de odio racial exacerbado en ese país y severamente rechazado por todos los sectores.

Pedro Mena (Doral News, 30 junio 2015) realiza una investigación sobre la “cultura del odio”, esa epidemia colectiva venezolana que, según sus palabras, es ”un engendro creativo producto de la experiencia aplicada por más de 54 años a su pueblo, por el G2 cubano (…) como parte de una estrategia mediática y psicológica para destruir la estructura mental de los defensores de la democracia y la libertad, afianzando su propia autodestrucción”. 

Cuando uno observa el panorama político nacional no tiene menos que considerar como cierta esa hipótesis, puesto que de un pueblo con grandes diferencias políticas pero donde existía la convivencia, al punto que se destituyó un presidente de la República en ejercicio y no hubo un caos, pasamos, después de las elecciones de 1998, a un país caótico donde impera el secretismo, la opacidad, se fomenta el odio y la división social, el revanchismo, la agresividad y la exclusión como política gubernamental. El cambio que deseamos para Venezuela pasa por curarnos de esa terrible enfermedad.

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