Un mal sueño

Pensé que en situaciones de crisis extremas, no hacer nada y esperar que el régimen caiga por sí mismo, no es una opción. El caos no es la salida… la urgencia es inmediata

Existía un hedor a muerte que se extendía por la ciudad, a causa de los 200 mil asesinatos impunes; en las calles se acumulaban montañas de basura con moscas. La gente ya no escuchaba las noticias, no esperaban nada, no confiaban en nadie, se desplazaban rumiando su rabia y su desencanto.

El pueblo tenía miedo hasta del dolor de cabeza, sabía que no encontraría ni un calmante para aliviarlo, ni hablar de enfermedades incurables. En mi sueño la gente aseguraba, que si no te mataba la enfermedad lo haría el dolor.

El país estaba en manos del hampa, unos en las alturas del poder traficando droga o raspando las últimas comisiones y las divisas que revendían en el mercado negro. En los cuarteles se traficaba con armas, droga, gasolina y alimentos, con las fronteras cerradas para preservar el monopolio del contrabando.

El cinismo de la autoridades era escandaloso, la gente estaba cansada, ya no oía, sabían que no había futuro pero no reaccionaban, con un andar lento y trastabillando avanzaban en silencio… uno diría que se repetía un pequeño holocausto. Como si Dios se hubiese olvidado de su pueblo y el resto del mundo tan preocupado en la geopolítica, no tenía tiempo para la población de un país olvidado.

Los culpables de la ruina reían para sus adentros, habían aniquilado toda capacidad de reacción, se disponían a disfrutar de fortunas multimillonarias adquiridas en apenas 16 años. Repetían sin cesar el guión preparado en la Cuba castrista.

Todo el que aspiraba tener la propiedad de su casa era un capitalista, el que deseaba estudiar y progresar un oligarca, gusano o escuálido, era muy importante reducirlo en su condición humana, para que los bajos instintos sembrados por el régimen en la sociedad hicieran el resto.

En la aterradora pesadilla había visto, como el primer jefe del proceso gritaba como loco por televisión: “t’as botao”, se definía demagógicamente como marxista, maoísta, revolucionario, bolivariano, palestino, guerrillero, soldado, islamista radical, le pedía a Cristo por su salud, pero era santero y babalao, decía ser hermano de chinos, musulmanes y rusos sin jamás sentir la contradicción. Se jactaba que en las mañanas se levantaba, tomaba un cafecito, fumaba un puro, regalo de Raúl, se ponía el uniforme y salía a expropiar.

No tardó en arruinar todo el aparato productivo, el mercado y alejar indefinidamente las inversiones, hasta convertirnos en un país de víctimas indefensas y despojadas. Donde el cogollo instalado en el Poder Ejecutivo, en la Fiscalía, la Defensoría, en el Tribunal Supremo de Justicia donde hasta magistrados con prontuario existían, y en el Consejo Nacional Electoral, tenía amarrado el control del poder.

En un punto la pesadilla me atormentaba, sudaba en la cama agitado, veía al país a oscuras y sin agua, la gente estaba harta. Los escándalos de corrupción reventaban todos los días, PDVSA y los miles de millones de dólares desaparecidos, las comisiones de las mafias de alimentos y de medicinas, las empresas de maletín, el oro sacado escondido, la masacre de mineros, el lavado de dinero, la gota que rebasó el vaso fue el día que un soldado mató a un adolescente que manifestaba por su derecho a estudiar, ese trágico día los padres acompañaban a sus hijos, el progenitor ciego de dolor le arrebató el fusil y de un solo tiro dejó al soldado largo a largo.

Los demás recuerdos del sueño se sucedieron a una velocidad vertiginosa, la ciudad se convirtió en un caos que se propagó por todo el país… como fuego en tiempo de sequía. La ira contenida explotó como olla de presión incontrolada, que convirtió al pueblo en una masa iracunda que tomaba la justicia por sus manos.

Los narcosoles olieron el peligro y comenzaron una huida desesperada, las pistas de los aeropuertos no se daban a basto con tanto ir y venir de aviones privados, sacando joyas, dinero, maletas y familiares, solos los primeros lo lograron, una turba tomó las pistas, muchos aviones fueron incendiados y explotados con los narcos dentro.

Muchas casas de oficialistas ardieron, la “Catira” fue la primera en caer, pensó pasar desapercibida circulando por el centro de la ciudad, pero su pinta de extranjera la denunció. Los primeros combatientes se escondieron en un búnker, dicen que se suicidaron.

El odiado periodista fue colgado por los pies junto a su mujer, frente a un conocido hotel donde figuraban esculturas de dudosa calidad artística.

Un ministro antiguo encapuchado lo encontraron dentro de una tubería y al que servía de contacto con los islamistas extremistas lo sacaron de una ratonera donde se había escondido, la masa sedienta de justicia los ejecutó.

La gente corría… la sangre corría… me desperté orando por mi país, pedí paz, democracia y respeto a la leyes. Lo primero que vino a mi mente fue el horror de la locura humana y me preguntaba ¿Cómo alcanzar una solución política, constitucional y pacífica?

Pensé que en situaciones de crisis extremas, no hacer nada y esperar que el régimen caiga por sí mismo, no es una opción. El caos no es la salida… la urgencia es inmediata.

Necesitamos asumir el reto histórico y cumplir con el mandato popular de cambio, los demócratas debemos proponer rápidamente la salida correcta y aprobar la ejecución del juicio político que nos permita salir del sátrapa y constituir un gobierno de unidad nacional. Solo así podremos construir el porvenir.

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