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Lo que gira en torno a Guaidó no es poca cosa, es desespero, angustia, la ansiedad de todo un país que de ser la tierra prometida de Latinoamérica pasó A ser un reino castrista, por demás, de manera injusta, pues quienes detentan el poder lo hacen en contra de la Constitución y la legitimidad, se aferran a través de la violencia. Venezuela es una nación que no sucumbe sola, arrastra consigo a las democracias de la región. En un agujero negro de corrupción globalizada, con presuntos vínculos narcotraficantes, guerrilleros, terroristas, fomenta desde épocas de Chávez malévolos regímenes izquierdosos de cepa antidemocrática, de ética reprobada.
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El régimen sufre de esquizofrenia guaidoniana, ha tratado por todas las vías, pero sin éxito, apartarlo del camino. Su última estratagema, de la mano de la falsa oposición de Timoteo Zambrano, fue implosionar la AN desde la bancada del PSUV con los denominados diputados CLAP, treta que salió al revés, pues Guaidó, quien estaba en punto crítico de popularidad a finales de 2019, repuntó nacional y, sobre todo, internacionalmente… pero no solo eso, sino que el régimen incrementó su repudio mundial, además de obsequiarle a Guaidó la legalidad y legitimidad necesaria para ser reconocido presidente de la AN e interino de la república el tiempo que sea necesario, pues como ocurre desde 2017, ningún proceso electoral tendrá validez mientras el castrismo venezolano usurpe el poder, ni siquiera las pretendidas parlamentarias que tanto se mencionan hoy.
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Dicha esquizofrenia no es exclusiva del régimen, del lado opositor, basta nombrar a Guaidó para que afloren alteraciones de la personalidad, alucinaciones y pérdida del contacto con la realidad. Quienes lo apoyan vs. quienes lo detractan protagonizan una lucha encarnizada casi tan ensañada como la que le general el régimen. El castrismo venezolano se deleita al observar cómo sus adversarios (la gran mayoría del país) dirigen ingentes esfuerzos en atacarse unos a otros y no al él (al régimen), quien se frota las manos, de hecho, aunque no ha podido apartar del juego al presidente interino, si ha sido exitoso generando innumerables matrices de opinión que dividen a la oposición.
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Nicolás Maquiavelo en el siglo XVI observó con detalle a Lorenzo II de Médici, registrando cada una de sus artimañas para preservar el poder en su obra “El Príncipe”, allí su destacada nota “divide y vencerás”, premisa que es calcada por el régimen chavista, al no poder con Guaidó, ha sembrado todo tipo de cizaña contra él, cizañas que número importante de sus seguidores compran y son el sustento de sus fervorosos críticos, amén de sus propios errores que se reflejan en el incumplimiento de sus anhelados objetivos.
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Hay desespero, por demás justificado, Venezuela se encuentra en el ojo del huracán político del mundo, solamente opacado eventualmente por el hirviente Medio Oriente. Los problemas del país son faraónicos, desde la peor inflación del planeta, la peor corrupción global luego de la Segunda Guerra Mundial, hasta ser foco de desestabilización de democracias. En ese interín, un pueblo día a día más pobre, entre ruinas que antes eran servicios públicos. Ese desespero lo comparte la región y el planeta… el chavismo hace tiempo dejó de ser un problema para los venezolanos, es un problema mundial.
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Así, Guaidó genera esquizofrenia, entre quienes lo apoyan y entre quienes lo rechazan o cuestionan, pero su notoriedad no es intuito personae, sino de lo que representa. Como lo diría Ortega y Gaset “El hombre y sus circunstancias” ¡Vaya qué circunstancias le han tocado a Juan Guaidó! En él recaen hoy las esperanzas libertarias no solo de los venezolanos, sino del mundo democrático, en medio de desespero, angustia y ansiedad.