Ningún
Nadie se cree esta parodia de democracia. Fue un domingo desportillado, corrosivo, de estupores diversos y con dudas al por mayor. Los centros de votación yacían despoblados, pese a la sensación atroz de que se anunciarían resultados dispares. Poco le importa a este Gobierno, mostrar su semblante sin vergüenza y alabar una votación carente de pueblo.
Se le ven los hilillos a la mortaja, zurcida desde las huestes cubanas. El rechazo internacional parece voceado con un estrépito determinante. Colombia, Panamá, Argentina, Perú y Estados Unidos ya anunciaron su desconocimiento a tal embestida al sistema. Varias naciones retiran a su diplomacia para estos días y ni hablar de los ecos profusos generados, tras las sanciones norteamericanas a funcionarios venezolanos, asumidas por otros países y que podría dejar sin escondite a estos facinerosos del poder.
Sin dudas, todo este embrollo de la constituyente es tratado de meter como con calzador, pese al rechazo de más del 80 por ciento de pueblo, enfadado y harto del socialismo. Esta charada de recomponer la economía y dominar todo para un mejor rumbo no es creída por nadie. Es un chascarrillo sin gracia, sin atisbo de genialidad, que se burla a lo santurrón de una devoción al pueblo, cuando lo obliga a aceptar su esquema de esclavización total.
Seguro estoy que los tiempos están compuestos para la libertad. Nada la amilana o revierte el dictamen final. Los sueños en su conjunto son vastos, compartidos e inalterables. Serán días indómitos, trepidantes y difíciles de digerir. No es una consideración doméstica o precipitada. Resulta tangible presagiar el desmoronamiento en varios ámbitos del devenir nacional. Ya amenazan con disolver las instituciones establecidas. Y si EEUU se decide a debilitar sus transacciones petroleras con Venezuela, la escasez será mayúscula y la población estará presta a resolver sus agravios en la calle.
Pese a robustecer sus esquemas de seguridad, aumentar su impudicia y atragantarse con sus propias fantochadas, ningún gobierno puede sostenerse con menos de 15 por ciento de aceptación y mucho menos, cuando el ciudadano ha asumido con arraigo, empeño y audacia, su decisión de emprender el camino para la verdadera democracia y resonar de nuevo su grito de independencia. El pueblo tiene la carta más alta y Dios pondrá pronto fin a esta difícil prueba de fe.