En el caso venezolano, al igual que en el resto de América Latina, esa primera etapa de conexión social a través de lo folclórico /cultural fue interrumpida por la imposición de una división político-administrativa proveniente del Imperio español
¿Qué une hoy a los venezolanos? Esta interrogante encierra elementos complejos, más allá de los lugares comunes como los símbolos patrios, las bellezas naturales, y demás símbolos culturales. De hecho, esta interrogante se deriva de una más compleja y a la vez más general, ¿qué es una nación? Antes de responder se debe tomar en cuenta que éste es un concepto propio de la modernidad, es decir que tendrá poco más de 200 años, por lo que no se debe inferir que es algo natural a la humanidad y su historia social.
El historiador Eric Hobsbawm intenta dar respuesta a la interrogante anterior a través de su Naciones y nacionalismo desde 1870 (2000), en el que aborda distintos puntos de vista sobre tan difícil interrogante. En términos generales señala Hobsbawm que la idea de nación pasa por tres etapas; una primera cuyo eje conector sus aspectos folclóricos/culturales, luego de dicha etapa una minoría comienza a desarrollar la idea de una nación y a trabajar por construirla, hasta que finalmente en una tercera etapa ese proceso desemboca en la adopción de las masas de esa idea de lo nacional.
En el caso venezolano, al igual que en el resto de América Latina, esa primera etapa de conexión social a través de lo folclórico /cultural fue interrumpida por la imposición de una división político-administrativa proveniente del Imperio español. Así es fácil observar cierta coincidencia entre las regiones en las que fue dividida Suramérica por los españoles y las naciones que de ella se derivaron luego de los procesos independentistas. Esto sugiere que los países que conforman Suramérica no necesariamente son unidades políticas que reflejen divisiones culturales previas.
En el caso específico de Venezuela es de gran importancia hoy comprender que la misma es resultado de una división político- administrativa impuesta desde el Imperio español, y que sus fronteras no necesariamente representan una unidad cultural. Para contrarrestar lo anterior se ha recurrido, como en muchos otros países, a la exaltación de los símbolos patrios, incluyendo una historia heroica. Esto es normal, el problema es que hoy la idea de país se sostiene sobre hilos del pasado, sin un proyecto de futuro que una las voluntades de miles de personas en medio de sus diferencias.
La respuesta al planteamiento anterior es compleja, y como tal no debe simplificarse respondiendo que lo que hace falta es un “proyecto país” (esos sobran). La reflexión profunda sobre este tema implica comprender cuáles son aquellos aspectos que unen a millones de personas que se definen como venezolanos, que los define en medio de sus diferencias. Para ello se deben hacer otras preguntas también complejas, ¿el venezolano es pacífico por naturaleza? ¿Cuáles son sus valores con respecto al trabajo? Incluso en términos más concretos, ¿Cuál es la actitud del venezolano con respecto a la renta?
Estas interrogantes pueden no parecer prioritarias cuando el hambre azota a miles de hogares en el país, o cuando la violencia se siente en cada esquina. Pero son estas reflexiones las que quizás ayuden a salir del laberinto de lo cotidiano, en el que la coyuntura económica y sus consecuencias sociales parecen deshumanizar todo, evitando la posibilidad de reconstruir un sentimiento en torno a una idea común sobre el ser venezolano. Rescatar la memoria compartida y proyectarla hacia el futuro es esencial para lograr salir del atolladero histórico en el que cayó Venezuela.