Visitando a la economía en la UCI

La economía nacional se va hundiendo en el inconmensurable abismo de los desaciertos; se desvanece en su propio foso de incongruencias

Yace sin aliento en un catre desvencijado, acostada boca arriba y con líneas de su decrepitud marcadas en la faz, en un territorio de gestos mancillados por malas decisiones facultativas. Uno de los últimos dictámenes era el padecimiento de una guerra no sé si de caricaturescas bacterias o de virus, supuestamente germinados desde un oculto laboratorio imperialista o en el recoveco más maligno de los arruinados empresarios de este país.

La economía nacional se va hundiendo en el inconmensurable abismo de los desaciertos; se desvanece en su propio foso de incongruencias, con el rumbo torcido y la piel ajada por lo incierto. Continúa en la UCI con la palidez de quien tiene el presagio de la muerte como un osado acompañante. Sus cuentas blancas están oscuras. Los niveles de hemoglobina muestran una mala alimentación, cuyo desangramiento monetario la deja como un bulto de osamentas tirado en esa cama manchada por la traición patria.

Se emiten diagnósticos y sin reservas arguyen de forma destemplada que el año 2015 será extrañado, ante los malos augurios de tan mortecino paciente. El doctor Ochoa entra con pasos ceremoniosos a la aciaga sala, mientras la enferma parece extinguirse entre estertores. Mira su reloj con indulgencia y sentencia que “la inflación podría llegar este año a ubicarse entre 700 y 900 por ciento”. 

La economía se encuentra de pronóstico reservado. ¿Cómo recuperarla para sacarla de su estado agonizante? En los últimos 15 años recibió más de 980 mil millones de dólares y hoy los anaqueles se encuentran vacíos, mientras los muelles de los puertos del país permanecen casi paralizados. El año pasado la canasta alimentaria aumentó más de 443 por ciento, con un burlesco salario mínimo que no alcanza ni para comprarle caramelos a los niños.

Sus miembros se hallan adormecidos, sus carnes contraídas y los ojos marchitos, perdiendo la vida por las invasivas toxinas de la corrupción. Los burócratas del socialismo no entienden que los subterfugios políticos dejan de convencer, pues son perentorias las decisiones para lograr sacar a la economía de su estado de ruindad y postración.

La temperatura de Venezuela se aclimata con la fiebre de una dudosa expectativa. No hay dinero para comprar los silencios, ni sueros ingeniosos del Gobierno para recuperar a un paciente sentenciado.

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