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El sufragar el domingo 6-D, es un acto de profunda responsabilidad ciudadana. Al reflejar tal actuación, la manifestación condicionada de la dignidad para quienes no tengan compromisos viscerales o no sean sobornados en una entrega total de irrespeto a su condición humana, el ejercicio de ese derecho, es la suma de las posibilidades de mantener erguida la voluntad de ser libre y presentar al mundo una cara de ciudadanos que, aun en desventaja de todo tipo, tienen la actitud heroica de no ceñirse un bozal y ocultar su fe en el modelo democrático, único que garantiza el desarrollo del pensamiento y libertad sin condiciones.
Vivimos momentos dolorosos jamás acaecidos en nuestra historia democrática. Un país anarquizado, con decadente compromiso social en la administración pública y una moralidad política que decepciona. Es la confrontación clásica del bien contra el mal, lo que se medirá este 6-D, entendiéndola en una dimensión trágica y envolvente que definirá lo que será el país.
No entendamos que el acto electoral de este momento sea definitorio, este proceso, en su esencia demostrará que aun en estos tristes días, de amenazas, de violencia de Estado, de extorsión y estafa social, hay suficiente decoro, dignidad y valentía para medirnos. Los resultados serían lo de menos, mientras exista esa asqueante simbiosis CNE-Estado-Gobierno en la cual se ha enseñoreado la corrupción, con un peculado de uso y de otros tipos, en utilizar los recursos del país, en una campaña desigual e intimidatoria, violenta, contra todo el que no tenga una conducta confesional con el régimen.
El susto en las vísceras oficiales es notorio. Hay mucho en juego y aún cuando las trampas puedan resultarles, obvio es que, el número de votos contrarios les punzará, recordándoles que la justicia está latente, que no todo se ha perdido, porque hay venezolanos para rato. Y tendrán presente que hoy por hoy, somos un punto fijo en la justicia internacional, esa que juzgó a Pinochet, a los generales de la dictadura argentina, a los que cometieron delitos de lesa humanidad en los Balcanes, y presente aún en la condena a Menem en Argentina y algunos de sus ministros, y posiblemente lo hagan con Cristina. Esa es la importancia de medirnos, vamos a ejercer un derecho, a ser dignos y gritar: ¡Sí se puede!