Congreso republicano

La unidad es fundamental, una sociedad fragmentada no puede adversar con efectividad a un sistema que tiene el control institucional, económico y la fuerza de las armas. Para lograr esa unidad hay dos posibles rutas, la caudillista o la republicana

En Venezuela el mecanismo electoral como espacio para dirimir las diferencias políticas luce agotado en el presente. La desconfianza hacia el sistema electoral y el organismo que lo rige, las diferencias de percepciones entre quienes se oponen al régimen sobre este como mecanismo para lograr cambios reales, entre otros factores, evitan que las elecciones sean un mecanismo idóneo a través del cual lograr cambios en el país. A lo sumo, podrá ser utilizado por el régimen para repartir unos pequeños espacios de poder con quienes lo adversan externamente e internamente, algo que paradójicamente traería como consecuencia que quienes están en el poder se fortalezcan.

La unidad es fundamental, una sociedad fragmentada no puede adversar con efectividad a un sistema que tiene el control institucional, económico y la fuerza de las armas. Para lograr esa unidad hay dos posibles rutas, la caudillista o la republicana. La primera es la más común, incluso se ha dado en contextos que se han denominado como republicanos. El nacimiento de Venezuela es un buen ejemplo, luego de intentar constituirse en dos ocasiones como república, finalmente esta nace bajo el control de Simón Bolívar, siendo esto evidente en el marco del Congreso de Angostura, cuando por ejemplo se decide nombrar la capital de la República con su nombre (Artículo 7).

La otra posible ruta es a partir de un organismo a través del cual múltiples liderazgos y representaciones encuentren un espacio para dirimir diferencias y fijar acuerdos. Un espacio natural para esto son los llamados Congresos. En estos, los distintos factores que tienen un objetivo final común, pero que discrepan sobre los medios para lograrlo, en principio podrían acordar acciones comunes. Este tipo de mecanismo suele ser más lento, y requiere de grandes dotes democráticos por parte de quienes los integran, en especial la capacidad de colocar el interés colectivo por encima del interés particular (personal, o de las agrupaciones que representa).

Lamentablemente, el personalismo al parecer suele prevalecer, en los EEUU entre los “padres fundadores” hubo uno considerado como el “padre de esta patria”, George Washington. La Revolución Francesa desembocó en el ascenso del poder de Napoleón como Emperador. En México, tanto el Congreso de Anáhuac (1813) como el Plan de Iguala (1821) fueron convocados y liderados por individuos, José María Morelos y Pavón en el primer caso y Agustín de Iturbide en el segundo. Algo común en todos estos casos, es que al igual que Bolívar, todos fueron líderes militares; algo que tiene sentido dada la naturaleza independentista, cuyo carácter es fundamentalmente bélico.

La historia moderna de las transiciones políticas quizás sea menos bélica, pero el personalismo sigue siendo protagonista. Lamentablemente, esa es una de las bases sobre las que se sostiene cualquier régimen, saben que al apelar a esa característica humana, acentuada en el plano político, se cuenta con una garantía para perdurar en el poder. Ante esta realidad, la opción de esperar que nazca un nuevo caudillo luce trágica, por lo que urge a través de todos los medios posibles trascender la naturaleza individualista en la política y encontrar espacios de cooperación genuina, un Congreso realmente republicano y democrático puede ser un primer paso.

 

 

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