Hemos aprendido a no hacernos partícipes de la solución a nuestros propios conflictos, sino esperar que alguien se ocupe de ellos. En este contexto el régimen en su intención de perpetuarse en el poder ha sido hábil en causar crisis en la oposición, para evitar la unidad y entretener a los líderes en disputas intestinas
Venezuela es un país fragmentado. Mutilado. Herido en su amor propio. Un país que ante la ingobernabilidad política y la anomia social, no atina a comprender la compleja situación que lo hace aparecer a los ojos del mundo como un sociedad encerrada en sí misma, sin voluntad ni decisión para retomar la agenda de lucha por el cambio político y la superación del agotado y fracasado patrón de desarrollo vigente. Más allá de la desordenada respuesta reactiva a las medidas impuestas por el Gobierno no hay disponible un liderazgo para unificar la reacción de manera oportuna y coordinada.
Sin iniciativa para adelantarse a las movidas del Gobierno en el tablero de ajedrez político, ni visión de futuro para construirle viabilidad al nuevo modelo que aspira establecer y del que poco o nada se conoce. No lo alcanza a definir. Parece que nos abandonamos a nuestra propia suerte y pensáramos solo en sobrevivir. En mantenernos en nuestra pírrica zona de confort. El individualismo más absurdo. Sin una robusta unidad que materialice los sueños de libertad y democracia.
Una de las perspectivas para tratar de entender esta pasividad -que no es generalizada- es la represión empleada por el Gobierno, para imponer el miedo como política de Estado y renunciemos a nuestra libertad. Para ello se vale de medios inconstitucionales con visos de legalidad, que aplica sin guardar las formas más básicas con el fin de convertir en delito, cualquier opinión o actividad que pueda significar la desestabilización de su modelo totalitario, de partido único y soporte militar. El doloroso y trágico final de la actividad realizada por el concejal caraqueño Fernando Albán en la ONU muestra esa forma siniestra de entender la política.
Como consecuencia, hemos aprendido a no hacernos partícipes de la solución a nuestros propios conflictos, sino esperar que alguien se ocupe de ellos. En este contexto el régimen en su intención de perpetuarse en el poder ha sido hábil en causar crisis en la oposición, para evitar la unidad y entretener a los líderes en disputas intestinas. Al mismo tiempo, la dispersión del liderazgo político y social evita se propongan soluciones consensuadas a los problemas estructurales del país y se desatiendan los requerimientos y necesidades apremiantes de las personas.
La cuestión es cómo y con qué instrumentos captar la voluntad y el interés de la población desilusionada por liderazgos políticos que no entienden su rol de agentes que estimulan, promueven y activan –con el apoyo de organizaciones internacionales- la lucha para sustituir un Estado fallido y forajido, por un nuevo modelo político y económico-social con unas instituciones fortalecidas y una sociedad civil activa.