El
Venezuela hoy, sin haber sufrido guerra alguna, presenta en su tejido social todos los síntomas de la Italia oscurantista de la postguerra que retrata dramáticamente Vittorio De Sica en las películas: Ladrón de Bicicletas (1948) y Umberto D (1952), cumbres del neorrealismo. En el caso venezolano, hay serias evidencias para pensar que toda esta catástrofe ha sido inducida por mentes macabras que buscan quebrar la resistencia cívica prodemocrática desde la necesidad más absoluta. Reinar desde las ruinas y la desolación pareciera ser el principal propósito del Plan de la Patria.
En el ámbito universitario aún libre, el deterioro es total. Ya no solo con relación a la desinversión criminal que tiene sumergida a las universidades a una vida académica vegetal, sino a la humillación de percibir salarios de hambre todos sus trabajadores. No hay que ser un genio para entender que el desempeño exitoso de un país es directamente proporcional a la calidad de sus universidades públicas y privadas. Por primera vez en 25 años de servicio como docente e investigador universitario me veo privado de ejercer mi derecho al trabajo, al cumplimiento de mi deber, porque carezco de las condiciones mínimas laborales: ya sea porque los salones carecen del imprescindible aire acondicionado, aseo, iluminación, escritorio y pupitres. Todo ello sin contar con la dictadura de la inseguridad, tema este cada vez más crítico, que cierra el círculo de este naufragio pasmoso.
El deterioro universitario es abismal porque afecta los comedores estudiantiles, las esenciales bibliotecas, las rutas de transporte, la infraestructura física y algo que es vital: la autoestima académica. La deserción estudiantil y profesoral es inédita. Apenas se investiga y publica, y nuestro aislamiento nos condena a repetir conocimientos como refritos. El TSJ, el omnímodo TSJ, desde hace siete años nos impide a los universitarios del país llevar a cabo nuestros procesos electorales condenándonos al agotamiento y erosión de un liderazgo con autoridad simbólica.
El objetivo es uno solo: la rendición de las universidades, y con ello, su total domesticación. Clave en este propósito, además de todo lo anteriormente señalado, es incitar la guerra civil entre universitarios atizando rencores entre sus distintos gremios haciendo creer que las jerarquías académicas son expresión de un elitismo malsano contrario al populismo fundado en la mediocridad que hoy rige a la cúpula gubernamental.
El canibalismo universitario hoy está desatado en todo su esplendor. Cada sector defiende sus intereses en detrimento del interés mayor: el institucional. La crisis país y su desenlace podría reconfigurar positivamente el futuro de nuestras universidades. Mientras tanto el llamado es a la calma y cordura.