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El SI debe ganar en Colombia, en el plebiscito que debería aprobar los acuerdos de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC. Razones profundas exigen el fin de la guerra con ese bando insurgente, que representa la mayor fuerza guerrillera en ese país.
La oligarquía colombiana, propietaria de las fuentes mediáticas de mayor peso en esa nación, habilidosa y malintencionadamente, saturan los espacios con elementos disociantes en contra de ese acuerdo. No obstante tales actitudes que históricamente contienen verdades, silencian otras. La guerrilla colombiana, es nacida de una profunda injusticia social y de política interna, pero que además tiene vertientes comunistas y del liberalismo, ellos originariamente unieron fuerzas y pelearon juntos hasta depurarse y constituir el bloque llamado FARC, de corte marxista-leninista. Su asociación con el narcotráfico, los descalificó, pero sus objetivos sociales y políticos han sido insistentes e invariables. Este hecho se justifica en sí mismo si a la composición social colombiana nos referimos.
Heredera de los vicios de haber sido un virreinato, Colombia es un país con profundas desigualdades e injusticias. La godarria colombiana constituida por herederos terratenientes, industriales y comerciales, incluyendo al narcotráfico, han sido opresores desenfrenados de las clases más necesitadas y aliados con parte de militares y Gobierno, utilizaron las bandas paramilitares para tratar de exterminar a la guerrilla, pero además, la sensación de orfandad social de los estratos más bajos es endémico en el país y todas las fuerzas beligerantes las golpearon y golpean en su momento.
Ese acuerdo de paz, puede ser el inicio de una dura tarea para tratar de mejorar las condiciones de sobrevivencia de los colombianos. No es la conducta pedante de Santos, ni la retaliación despechada de Álvaro Uribe y su grupo seguidor, lo que determinará el futuro de esa tierra asolada por todos los factores violentos, incluyendo el hampa común denominada por ellos bandas criminales. Es la recomposición social de una población desarraigada en su geografía rural y llevados al hacinamiento urbano, lo que puede germinar una voluntad colectiva de paz.
Falta ver si ese cambio, no se transforma en una simple estrategia de cambiar al diablo por el demonio, porque violencia habrá y los espacios que dejan las FARC pueden quedar en el aire, si el Estado no cumple su papel. Esto apenas comienza.