Son
Afuera en el patio, rodeado de matas de granadas, palmas y trinitarias, arrecia el fuerte calor. Estos días de mediados de año son demasiado calurosos, con amaneceres sudorosos, sol apabullante, sin lluvias, con humedad permanente, por consiguiente sin agua potable para prepararse un refrescante té con limón o darse una rica duchita. Son tiempos duros, desbocados, encerrados, y atrapados en empecinados y melancólicos silencios que consumen progresivamente nuestra vitalidad. Esos largos silencios que anteceden las grandes catástrofes.
Hundidos en esta atmósfera de vidas insípidas, sólo escuchamos el ruido rebelde e inquietante de lamentos convalescientes a escala nacional, clamando que el sueldo actual no alcanza ni para pagar el pasaje diario; los servicios públicos de agua, aseo y electricidad cada vez más inservibles; disminución creciente de fármacos para pacientes con trasplantes; escasez de medicamentos, pañales, toallas sanitarias, pan, leche, carne, pollo, huevos, jabón de tocador y detergentes; familias enteras, obligadas a emigrar; inseguridad galopante e indetenible a pesar de la OLP; estudiantes presos por reclamar su futuro; escolares con morrales vacios por los elevados precios de libros, cuadernos, creyones y lápices; presos políticos sin ver crecer a sus hijos; un CNE idóneo; el Gobierno culpando de toda esta tragedia a la oposición, a Uribe, a los españoles y a los norteamericanos. Convirtiéndonos aceleradamente en seres desdichados y desolados.
Dentro, en el estar hogareño, Victoria Imelda sonríe y entonces existe un mundo distinto, un universo independiente, una ventana abierta al cielo con brisa penetrante y diáfana, con momentos luminosamente soleados. Todo el espacio circundante se llena de color, poesía, melodías y constante danzar, con olores a sándalo, coco, limón, jazmín y canela, convocando la necesaria magia de un nuevo, mejor y justo andar por esta Venezuela que amerita urgentemente la participación honesta y sincera de todos, para salir de esta crisis brutal y humillante.
Pocas cosas tienen tan tierna, dulce y esperanzadora motivación como la sonrisa espontánea de los niños; por eso cuando Victoria sonríe nos conecta con instantes de sueños y fantasías posibles, como volver a contar con la democracia de nuestros padres y abuelos, cargada de aciertos y desaciertos, pero con el derecho inalienable a pensar, actuar y sonreír libremente.