La corrupción es siempre intolerable, y la incapacidad para generar acuerdos está en el origen de muchas torpezas colectivas, pero deberíamos reconocer que nuestro malestar con la política corresponde a una nostalgia por la comodidad en que se vive
Pensemos en dos de las más comunes fuentes de desafecto ciudadano hacia nuestros representantes: la corrupción y el desacuerdo. Alguno puede tener una impresión demasiado negativa y caer en el error de percepción que genera la corrupción descubierta o el desacuerdo propio del antagonismo democrático. La corrupción es siempre intolerable, y la incapacidad para generar acuerdos está en el origen de muchas torpezas colectivas, pero deberíamos reconocer que nuestro malestar con la política corresponde a una nostalgia por la comodidad en que se vive, donde lo malo no es sabido y se reprimen los desacuerdos.
Otra fuente de decepción tiene que ver con nuestra incompetencia para resolver problemas y tomar las mejores decisiones. La política es una actividad que gira en torno a la negociación, el compromiso y la aceptación de lo que los economistas llaman “decisiones suboptimales”, que es el precio del poder compartido y la soberanía limitada. La política es inseparable del compromiso, que es la capacidad de dar por bueno lo que no satisface del todo las propias aspiraciones.
Los pactos y las alianzas muestran que necesitamos de otros, que el poder es una realidad compartida. En el mundo real no hay iniciativa sin resistencia, acción sin réplica. Las aspiraciones máximas ceden ante las dificultades y las pretensiones de aquellos con quienes hay que jugar la partida. Los tiempos de la decepción parecen haberse acortado dramáticamente.
La estrategia para ganar elecciones es diferente de la tarea de gobernar, y suele ocurrir que lo primero palidece a medida que se acerca la hora de la responsabilidad. La prueba de fuego estará en el momento en que sus votos impliquen una preferencia por unos o por otros, cuando su abstención abra el paso del Gobierno cuando tengan que preferir a alguien de “la casta” para gobernar.
¿Qué racionalidad podemos introducir en medio de esta decepción? Lo mejor es constatar que la política es una actividad limitada y frustrante porque así es la vida, lo que no nos impide tratar de hacerlas mejores. Lo que hacen los políticos es demasiado conocido y poco entendido. La sociedad comprende poco las complejidades de la vida pública. Esto es el elemento de objetividad que nos permite agudizar nuestras críticas.
Ante tantas propuestas de regeneración democrática, analicemos el contexto en el que se produce nuestra decepción política para que podamos valorarla en su justa medida. Deberíamos apuntar hacia un horizonte normativo que nos permita ser críticos sin abandonarnos a lo ilusorio, que amplíe lo posible frente a los administradores del realismo, pero que tampoco olvide las limitaciones de nuestra condición política.