Si
Si algo ha quedado en evidencia estas últimas semanas es la poca vocación democrática de los principales representantes del Gobierno nacional. Convertir a ciudadanos descontentos en traidores por el simple hecho de ejercer el derecho al voto de manera libre, o apelar a la creación de estructuras paralelas de última hora, e inclusive condicionar una gestión de política pública como es la construcción de viviendas en función de la “lealtad”, son apenas algunas de las evidencias de este comportamiento antidemocrático. Lo más grave es que esto parece no importarles, pues en medio del apuro por los tiempos que corren se han descuidado las formas.
Desde el sector del oficialismo el llamado pueblo, ese gran número de ciudadanos que vive día a día la dura cotidianidad de un país a la deriva de la misma manera como muchos otros que no son del oficialismo lo hacen, tuvo el valor de dar el “gran viraje” o “golpe de timón”, y muchos de quienes dicen representarlo no han tenido el valor de defenderlos. Son pocos los dirigentes que se han hecho eco del mensaje claro del 6-D, y esto deja en una orfandad mayor a quienes desde hace algún tiempo sienten que el proyecto revolucionario anda por mal rumbo.
Por el otro lado la MUD mantiene sus lineamientos, que parecen girar en torno exclusivamente a asumir la AN. Esto es lo natural en un país democrático, en el que quienes ocupan los cargos de poder son demócratas; sin embargo, frente a las dudas razonables de la disposición de algunos dirigentes del Gobierno nacional para acatar los dictamines de la voluntad de la mayoría, ¿es razonable pensar que la fórmula natural de asumir la transición en un poder tan importante como la AN se aplicará sin problemas?
Más allá de las respuestas que desde cada sector se den a estas interrogantes, en el oficialismo particularmente en torno al rescate de cierto sentido de respeto al pueblo y su derecho a discernir, y en la MUD en manejar escenarios que van más allá de simplemente asumir la Asamblea, lo cierto es que este mes de diciembre ha estado marcado por una sensación agridulce en torno a la democracia.
Por un lado, la votación del 6-D da cuenta de un pueblo con capacidad todavía de estar dispuesto a encontrar en el voto un camino para ser escuchado, pero por otro lado una dirigencia que con cada palabra y acto que realiza da una bofetada a quienes aún creen en la democracia. Esto último es particularmente delicado en un país que se prepara para recibir un año complejo, en el que lograr gobernabilidad es clave para sobreponerse a los duros embates económicos por venir.