Derrotas electorales en América Latina

Esos gobiernos que empezaron a cambiar las cosas tienen responsabilidad en las derrotas. La revolución es cambiar la cultura de la clase explotadora por la clase revolucionaria

La derrota de algunos gobiernos progresistas se debe, en parte, a no haberse separado del estilo, modos, valores y actuaciones de este sistema, el capitalista.

Tras década y media de gobiernos que trabajan por y para la gente, reducen la pobreza y empiezan a dejar atrás la América Latina sojuzgada por oligarquías, algunos han sido vencidos en recientes elecciones. En Argentina, el oscuro multimillonario Mauricio Macri, elegido presidente con 51,40 % de los votos; tres puntos por encima del candidato que proponía continuar las políticas avanzadas de Cristina Fernández. Y en Venezuela, la aun más oscura oposición derechista ha logrado 112 diputados frente a 55 del partido del presidente Maduro, sucesor de Chávez. Lo peor es que conservadores y ultraconservadores tienen votos suficientes para cargarse la Constitución progresista que impulsó Hugo Chávez, una Carta Magna que tiene en cuenta a la gente, sus derechos y necesidades.

En Venezuela, esa oposición, que desde siempre defiende los intereses de la minoría rica y cómplices en otros estratos sociales, ha conseguido muchos votos. ¿Cómo es posible si la mayoría con derecho a voto está formada por trabajadores, campesinos y gente común, no privilegiados ni miembros de clases pudientes? ¿Acaso el Gobierno no ha reducido la pobreza y gobernado en interés de los desfavorecidos, de la gente común?

Lo ha hecho. Sin embargo, y sin olvidar la tremenda ofensiva de la minoría rica para recuperar el poder político con dinero a espuertas y potentes medios de comunicación a su servicio, esos gobiernos que empezaron a cambiar las cosas tienen responsabilidad en las derrotas.  La revolución es cambiar la cultura de la clase explotadora, por la de la clase revolucionaria. Si ésta asume principios de los explotadores, construirá una sociedad a la medida de éstos”.

No se puede combatir con éxito un sistema explotador con sus modos y principios siquiera parcialmente. Y ocurre cuando se trabaja por la redistribución de rentas, pero no por organizar la producción de bienes y servicios con otros valores y parámetros. Error esencial ha sido también, no ahondar qué modelo de consumo es adecuado para redistribuir riqueza con más justicia. 

No es lo mismo consumismo que consumo. El primero es el propio del sistema capitalista donde lo prioritario es que la gente consuma cada vez más. Da igual que se consuma siempre más, porque el funcionamiento económico va ligado al consumo exponencial. Pero ese modelo no asegura una redistribución justa: provoca el más escandaloso despilfarro. Además, el modelo de consumo ha de asegurar una redistribución sostenible, pues si no es sostenible, nos ahogaremos en plásticos y otros residuos, se agotarán los recursos naturales y no podremos frenar el cambio climático y lo que supone. 

Esas pueden ser razones que expliquen porqué gobiernos progresistas han perdido estas elecciones. Tal vez por no separarse progresivamente y de modo claro del estilo, modos, valores y actuaciones de este sistema, el capitalista. Como defendía Rosa Luxemburgo, hagamos tantas reformas como sean necesarias en beneficio del pueblo trabajador, pero sin olvidar que el objetivo final es acabar con el capitalismo, la propiedad de la riqueza por unos pocos.

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