Es común ver, al caminar por nuestras ciudades y pueblos que el venezolano de hoy no es ni la sombra del que fue años atrás. Muchas veces he escrito al respecto, reflejando la avasallante inversión de valores que sufre la sociedad venezolana de hoy
“Aquel que gobierna por medio de su excelencia moral puede compararse a la estrella polar, que permanece en su sitio en tanto todas las demás estrellas se inclinan ante ella”. Confucio
Hemos sido testigos de la descomposición social que ha venido acorralando a la sociedad venezolana en estos últimos años. Es común ver, al caminar por nuestras ciudades y pueblos que el venezolano de hoy no es ni la sombra del que fue años atrás.
Muchas veces he escrito al respecto, reflejando la avasallante inversión de valores que sufre la sociedad venezolana de hoy y he hecho en esta humilde ventana lo que creo un sensato llamado a la conciencia ciudadana, para que cada uno de nosotros aporte un ínfimo grano de arena que contribuya al restablecimiento de una sociedad con verdaderos valores humanos y cívicos.
¿Pero será que la causa de este despropósito social que vivimos en Venezuela, donde nada funciona, donde hay hambre y miseria y un infinito afán de lucro desmedido de todos con la excusa de la supervivencia en tiempos difíciles, brotó por generación espontánea en el corazón de la ciudadanía?
Examino el problema desde mi humilde punto de vista y me remito al concepto fundamental de la familia como punto de partida de cualquier proceso de integración social. En una familia existe una cabeza. Cuando esta cabeza de familia falla y su comportamiento es censurable y fuera de la rectitud convencional se complica el tejido familiar.
Si el padre es un irresponsable que deja de velar por su casa, por los bienes familiares, derrocha el dinero de la alimentación, se convierte en un padre maltratador que consiente a unos y a otros reprime, pues no se puede esperar que su descendencia no sea exactamente el reflejo del comportamiento irregular de él mismo.
Una nación funciona de la misma forma y bajo el mismo esquema, las cabezas del Estado son por quienes rigen los destinos de los ciudadanos. Cuando este orden se subvierte y las cabezas del Estado son participes de desafueros, corruptelas y promueven el odio entre hermanos, incitan a la discriminación, y solo obedecen a sus intereses y ansias de poder, dejan de oír a su pueblo, premian la impunidad selectiva y a la mediocridad, pues sus gobernados terminarán actuando socialmente como aquellos hijos del padre maltratador, siguiendo su ejemplo y creando una sociedad anárquica y víctima del caos. Sin duda que la crisis moral que atraviesa nuestro país ha permeado aguas abajo.