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Definitivamente caudillo es caudillo, se vistan de rojo y sean tildados de dictadores comunistas o socialistas, o se trajeen de azul y sean calificados como socialdemócratas o demócrata-cristianos entre otras doctrinas políticas, es que el caudillismo ha sido un fenómeno político y social que se desarrolló en América Latina desde principios del siglo XIX; pero para nuestra desgracia hoy en pleno siglo XXI en Venezuela tiene una aberrante vigencia, lo cual nos hace ver ante el resto del mundo, como una sociedad que ha avanzado muy poco en las concepciones de los fundamentos de la democracia.
Es que precisamente el caudillo ya sea de derecha o de izquierda, es el personaje más pernicioso que puede haber para la evolución progresista de la sociedades democráticas, por su conducta, discurso y praxis de poder político, los cuales contravienen los principios más elementales de la democracia, como son la alternancia en el poder político, el cambio generacional de la dirigencia política, el surgimiento de nuevos liderazgos políticos y amplitud en los distintos niveles de decisión de la gestión de gobierno entre otros.
Todo ello ocurre simplemente porque estos caudillos basados en el liderazgo carismático que los caracteriza el cual es carente de intelecto y formación académica en la mayoría de los casos, obnubilados por el poder político y económico que les proporciona la jefatura de gobierno o de un partido político representativo de la sociedad, se abrogan la exclusividad de ser los únicos destinados por la providencia de ejercer los hilos del poder, decapitando por ello el surgimiento de nuevos liderazgos al interior de sus partidos.
Dicho poder político lo termina utilizando en mayor cuantía en beneficio propio y de sus círculos más cercanos de dirigentes políticos serviles, que son los operadores que sirven de instrumento en conjunto con la estructura clientelar, partidista, para garantizar su permanencia o perpetuidad en el poder, mediante estilos de gobierno cleptocráticos en las altas esferas del Gobierno y oclocráticos hacia las masas populares que por la vía electoral facilitan su ascenso y entronización en el poder.
Por esta razón dichas organizaciones políticas controladas por estos caudillos, pierden su esencia como instancias de participación política y social e instituciones que propongan soluciones estructurales a los agudos problemas económicos y sociales que atraviesa el país; para pasar convertirse en una especie de estructuras anacrónicas y burocráticas, donde no existen elecciones transparentes por las bases, para la renovación de los cuadros diligenciales y las autoridades del partido.
Siendo por ello siempre los mismos, el caudillo y los anillos más cercanos de dirigentes políticos serviles, los que controlan el poder político tanto en la gestión de Gobierno, como en la administración del partido, ¡hasta que la muerte los separe! entonces el poder le es heredado en la mayoría de los casos a algún familiar como una especie de monarquía o en el mejor de los casos al dirigente más prominente de su anillo más cercano de políticos serviles.
A tenor de lo antes descrito, se explica en buena medida las razones del panorama tan gris que hemos vivido los venezolanos sobretodo en los últimos 40 años, donde no se ha impuesto la racionalidad política y económica para gobernar y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, sino el carisma de la demagogia y el populismo que a los oídos de las masas populares a resultado más atractivo; pero que en la realidad nos ha llevado a estar hundidos en la miseria que padecemos hoy; por ello se hace impretermitible que trascendamos de la praxis de la politiquería promovida por los caudillos y sus políticos ramplones; a la política real, preconizada por verdaderos estadistas que enrumben al país a un mejor destino.