La
La libertad no es un sueño improbable. La primavera deviene siempre de un invierno duro e indiscreto. Me he repetido cientos de veces esas frases con tono esperanzador, frente a los desafueros de cascos y botines verde oliva, atronadores e inhumanos, que no cumplen con su deber elemental de defender al país, sino arremeten con un ahínco irreflexivo hacia sus propios conciudadanos.
Asesinan a cal y canto, como una panda despreciable de mercenarios. Se ciernen contra los pacíficos, con sus tanquetas solemnes, tapizadas ahora de bombas de excremento y del retumbar de vítores de los manifestantes, por el retorno de la justicia extraviada.
El pueblo está en la calle, entusiasta y enojado. No puedo aceptar que de un corazón jurado a contener la intromisión del extranjero y a defender con voluntad admirable cada centímetro de nuestro territorio, tenga un desamparo en el alma, los ojos extintos de piedad y le arranque la vida a una persona, sólo por estar en desacuerdo en que desbaraten su país por antojos de poder.
No pueden ser venezolanos. Es un insulto al pasado. Una afrenta incorregible a las determinaciones valerosas de nuestros precursores. Para lanzar bombas lacrimógenas y asfixiar a multitudes; golpear con gozo desafortunado a un inocente o asestarle a quemarropa sin exhortaciones valederas y sin el menor empacho, un tiro a un joven para despojarle cualquier resuello de vida y no sentir crujir su alma por el remordimiento, no puede ser un verdadero venezolano.
Podrán venir quizá de Cuba, siendo los esbirros serviles de la dictadura. Tal vez son del Hezbolá, con su saña terrorista y fratricida. O paramilitares del vecino país, que tienen su nuevo nicho en las huestes de este Gobierno. Quién sabe de qué continente o recoveco insondable del planeta provendrán estos irreductibles verdugos sin conciencia. Cuántas contrataciones imperturbables del régimen para no perder su hilo de autoridad, cada vez más delgado. Y si realmente lo fuesen. Si tantos hombres de armas de la GN tienen liado el sentido común y la sensibilidad. Pues la historia y la ley restituida les castigarán sin indulgencia por sus crímenes.
A pesar que la paloma de la paz tiñe su tristeza con la sangre de la valentía que estremece las calles, el pundonor no se halla atascado en el acantilado de la injusticia. La reposición de esta nación es premisa, que parece borboritar incontenible en el alma de los nuevos defensores de la patria; otros grandes y briosos luchadores por la independencia.