sábado, diciembre 14, 2024
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Estado fallido y terrorista: Mal extremo

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De acuerdo con el principio de Anna Karéninna, todos los Estados exitosos son iguales, pero cada Estado fracasado fracasa a su manera, al faltarle tal o cual ingrediente de la oferta política dominante. En Venezuela, la forma democrática de tomar el poder por Hugo Chávez y sus huestes fue a través de ofertas deliberadamente falsas. Ninguna se cumplió, es más, no había ninguna intención de hacerlo. Hasta la nueva Constitución, “la mejor del mundo” según el difunto, ha sido violada en todo su articulado, por lo que ambas características configuran la presencia de un Estado fallido, donde el Estado en lugar de ser un solucionador de problemas se convierte en el verdadero problema, por lo que la solución está en extirparlo totalmente.

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No es suficiente reconocer el peligro que enfrentamos hace ya 20 largos años, es fundamental hacer algo al respecto ahora. El Estado fallido venezolano está en su fase terrorista, donde el miedo es su argumento principal, a pesar de existir una desproporción asombrosa entre la fuerza real de los terroristas y el miedo que consiguen inspirar. Las fuerzas democráticas en Venezuela cuadruplicamos o quintuplicamos a las fuerzas terroristas que ejercen fraudulentamente el poder, pero obviamente con el monopolio de las armas, el manejo discrecional de los inmensos recursos del país y los pocos escrúpulos que manifiestan, son capaces de mantener la bóveda de terror sobre nuestra sociedad, pero incapaces de resolver uno cualquiera de los problemas sociales y económicos que la aquejan.

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Estamos en presencia de un orden absurdo, y cuando esto sucede, no existe el derecho. Sin embargo, la conciencia democrática mundial procura aplicar los principios del Derecho y los postulados de justicia a los terroristas que usufructúan y abusan del poder dentro y fuera de nuestras fronteras. El hambre no espera, desespera y amenaza con tragarse literalmente a todo el liderazgo nacional si no hay respuestas que satisfagan tanta inequidad y tanta maldad.

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Estamos en el umbral de la miseria, por eso es aquí entre nosotros y no en otro lugar, aun cuando se requiera ayuda internacional, donde han de considerarse las fuerzas y los actos del alma, como diría Montaigne. Es a nosotros a quien nos duele tanta injusticia.

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A pesar de las dificultades por las que atravesamos los venezolanos con todo el drama humano que nos ha trastocado la vida y los planes para vivirla plenamente, no han podido los canallas doblegar nuestro espíritu de lucha, aunque sí han logrado penetrar en la mente y el alma de algunos incautos y vividores de oficio.

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Esta amarga experiencia debe servirnos para hacernos entender y comprender lo que ya expresara Harold Bloom: “que la mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad y discernimiento” y si, como señala el Eclesiastés, “todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo”, creo que el gran momento de la unión de todos los venezolanos se ha hecho presente para que nos reencontremos no solo con nuestros familiares, sino además, con la paz y la prosperidad. A lo que todos tenemos derecho y anhelamos; para ello es necesario sacudirnos lo que nos oprime y a quienes lo hacen, que siendo una minoría causan terror. El momento es ahora.

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