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La Strada (1954)

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El llorar ante otros, en la mayoría de los casos, es un acto de manipulación. Así empieza La Strada, de Federico Fellini, cuando la madre compungida a cambio de 10 mil liras vende prácticamente a la hija porque de este modo se desprende de una boca menos que alimentar. Ya sabemos que la pobreza no destila virtudes y que solo el Cristo encontró en ella el caldo de cultivo para esparcir la misericordia. Aunque de esto no va La Strada, sino de algo mucho más profundo: el amor. Fellini alcanzó la fama mundial en el año 1956 ganando el Oscar a la Mejor Película Extranjera con La Strada, que pudiera traducirse al español como: La calle. Dice Anthony de Mello que hay cuatro condiciones para el amor: su carácter indiscriminado; su gratuidad; su espontaneidad y su libertad. Obviamente, que seguir este mapa de las emociones y sentimientos es un camino vedado para la mayoría, porque nuestra programación es rústica dentro del laberinto social con sus condicionamientos y azares. Además, está la simulación que mata a la inocencia. 

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La Strada es conmovedora hasta lo sublime, porque es bella sin proponerse ninguna manipulación y aterrizando en la derrota. La historia de amor fallida entre Zampanó y Gelsomina (Giulietta Masina) se va construyendo desde una base elaborada con un barro sucio de muy mala calidad hasta que el redescubrimiento de ambos se hace asincrónico y bajo la red de un destino fatal. Rosselini nos dice con mucha sabiduría que el estar perdido es la condición humana y esto conlleva soledad y sufrimiento. Alinear los astros para que haya luz y ternura son destellos salvadores dentro de una mundanidad cruel. Zampanó, con un convincente Anthony Queen, es el artista sin talento que procura hacerse la vida golpeando a todos porque la vida le golpea. Se ha decidido a sí mismo no poder amar y esta ceguera le pierde y hunde aún más en su odisea por los infiernos. Gelsomina es la bondad de una sensibilidad no correspondida y que vive en herida abierta. Es un ser espiritual en la búsqueda de un refugio que le está vedado. El “Loco” (Richard Basehart) es otro artista, y personaje esencial en La Strada, porque es el ángel mensajero que anuncia la providencia del amor y que la humanidad es incapaz de seguir porque prefiere el egoísmo y violencia. 

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Un guijarro, una modesta piedra, tiene su utilidad y fin. Nos hacen creer que no valemos nada y cada ser humano es por sí mismo valioso y único. Rosselini hace antropología y filosofía develando una luz prometeica dentro de la oscuridad de una vida funeraria. Gelsomina no tiene ningún aliciente para vivir una vida buena, porque se menosprecia de tanto menosprecio que le han producido la gente con la cual ella ha crecido. Gelsomina encuentra en Zampanó la posibilidad del amor y redención y opta por una compañía que le es hostil y no repara en la reciprocidad amable que todo amor romántico aspira, y aun así, persevera en la promesa incumplida. Sus desvaríos son atajos de una mente sobrepasada por el dolor y solo una bella melodía sacada a la trompeta refleja el poderío de su ilusión, algo que Zampanó, ya muy tarde, fue capaz de reconocer. 

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La vida como ausencia de Dios hace su aparición en el destino melancólico y trágico de Gelsomina y Zampanó: el sinsentido de la vida cuya evocación en el caso de La Strada y Rossellini es poética y efectivamente bella. Y este realismo humano no es popular porque nuestra imaginería social está codificada desde un amor romántico de bisutería. El amor fallido abunda más que el triunfante. Y ese vivir en la derrota, la causa común de los “descartables” y orillados sociales, merece ser reconocido con el mayor respeto y dignidad, algo que Rosselini hace con la elegancia y sobriedad que está presente desde el primer encuadre hasta el último en La Strada. 

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