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Una parte importante de la niñez marabina perdió la inocencia. El hambre que reina en la patria afectó directamente a la generación de relevo, los niños y niñas. En Maracaibo la indigencia infantil superó el 65 por ciento, según cifras extraoficiales. Revisar las bolsas de basura ya no es suficiente para mitigar el hambre, “porque la gente ya no bota comida”. Los pequeños y lánguidos hombrecitos se reúnen, con la caída de la tarde, en la zona norte de la ciudad para “cazar” comida en los locales nocturnos.
Su objetivo son las ventas de comida rápida de Bella Vista, Delicias y Cecilio Acosta. Al menos 20 niños rondan cada puesto. Con un jalón en la camisa interrumpen a los comensales: “Señor regáleme ese pan o deme algo para comer que tengo mucha hambre”, así se “rebusca” Michel Cuevas, un adolescente, de 15 años, el mayor del grupo, de 19 infantes, que desde las 4.00 de la tarde esperan a “los señores que comen hamburguesa”.
Huérfano de padres desde los 12 años, Michel se hizo cargo de su hermano, de seis años, ambos mantienen a su abuela, una anciana de 78 años. “Mi madre tenía cáncer y a mi padre lo mataron para atracarlo”. Todos viven en Santa Fe, un sector olvidado del municipio San Francisco. “Pido comida porque allá no tenemos qué comer, de lo que nos den le llevamos a mi abuela porque nadie me quiere dar trabajo”. El joven, que presenta retardo mental, ha estado “encerrado” tres veces en la Fundación Niño Zuliano, pero dice que no aguantó ese encierro. “Sé que mi familia pasa hambre”.
Dice que ya no le da pena pedir, come “lo que sea”, lo que le den o lo que consiga en los desechos. Michel es solo uno de los miles de niños y niñas que recorren descalzos el pavimento día y noche arriesgando su vida y perdiendo su inocencia.
Menú variado
Sobras de hamburguesas, salchichas vencidas, trozos de cachapas o arroz y pollo asado mitigan el hambre de los infantes en “una noche buena”. Sin embargo, hay noches en las que “no hay vida”. Esos días terminan con el estómago vacío envueltos en cartón, como crisálidas humanas, en los cajeros automáticos de la venida Cecilio Acosta. Allí duermen hasta las 5.00 de la mañana.
Mientras compartía un plato de arroz y pollo que un comensal les brindó, el joven reflexionó: “Le pediría al Gobierno que nos ayude, no con comida sino cambiando al país, porque hay muchas necesidades”. A pesar de sus condiciones, Michel estudia cuarto año de bachillerato en una escuela de San Francisco. “No puedo dejar de estudiar porque si no me quedo en la calle toda la vida”.
La otra cara
La historia se repite para Alexandra Fernández, de 12 años. Ella vive con sus siete hermanos y su abuela en el sector Funda Barrio, del municipio San Francisco. “Yo me echo el polo para acá a pedir porque la cosa está arrecha en la casa, en San Francisco no se consigue nada y mi abuela no puede trabajar porque está enferma. Tose mucho y no se cura”.
La niña describió que le ha tocado aprender a defenderse de los varones. Está consciente de que corre peligro físico en la calle, pero para ella no hay opción. Es eso o “morirme de hambre”. Alexandra nunca ha tenido una muñeca para jugar, porque desde hace “muchos años” su mamá la dejó abandonada. “Un día ella fue para el colegio donde yo estudiaba y me dijo: ‘Me voy con un hombre, te quedáis con tu abuela’, y más nunca la vi”. La adolescente confesó que tres de sus vecinitos se vienen con ella a pedir en el norte.
La tristeza se manifiesta, el llanto se mezcla con la rabia. Dice que sus días son “difíciles”. Relató que en la mañana atiende a sus hermanos y se va al liceo, donde estudia primer año de bachillerato. Al llegar, cocina lo que compró el día anterior o calienta lo que le den en la noche, hace las tareas y se viene en cola para Maracaibo. “Yo voy a seguir estudiando, yo solamente hago esto para ayudar a mi abuela porque no sé nada de mis padres. También reúno para comprar mi uniforme de lo que me dan, porque tengo que salir adelante”.