
Para
Piso 3, torre de aislamiento. No hay agua y un solo bombillo de luz blanca que lo apagan en la noche. En el 2 de largo y 2,5 metros de ancho hay solo una cama de cemento y una mesa. La ventana está a tres metros del suelo y la puerta es ancha, pesada. Tiene barrotes. Así es la celda en la que está Leopoldo López. Hoy, justo cuando cumple dos años presos. Hoy, cuando no ha dejado de dar directrices políticas. Hoy, cuando la oposición en la Asamblea Nacional tiene fe en la ley de Amnistía para su liberación. La misma fe de su familia, de sus amigos y de sus compañeros de partido.
No lo dejan tener libros, ni hojas, ni lápiz, ni bolígrafos. Se los quitaron uno de los días en los que de madrugada subió una comisión de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (Digecim). Se lo llevaron todo. Su esposa Lilian Tintori y sus hijos Manuela y Leopoldo Santiago le hicieron un regalo: Un album de fotos familiares. Quizá ese si lo tenga, por ahora.
Para llegar a ese lugar hay que pasar siete candados. El sonido del primero es el despertador de López a las 5.50 de la mañana. Y es el mismo que preocupa cuando suena de noche o de madrugada.
Hay un baño con una ventana. Por allí y por la de la celda entran ráfagas de viento y hacen ruido, uno tan fuerte que parecen una turbina. Hay humedad, mucha, y frío, mucho. El piso es de cemento y las paredes están medio pintadas, medio rotas y sucias. En ese lugar huele a cárcel. Ese olor que perciben quienes lo visitan.
Hay moscas, chiripas, zancudos, cucarachas, hormigas y escorpiones. Si se le pregunta a quienes han estado allí, aseguran que nada de eso es tan malo, que "lo peor" es el aislamiento.