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Como fuerzas centrípetas y centrífugas para mantenerse en el justo balance, los paradigmas y filosofías que gravitan en el quehacer del periodista lo caracterizan con el equilibrio deseado en el afán de rasgar la verdad.
La labor del periodista en el desarrollo del individuo y la sociedad le hacen un servidor al interés colectivo y en sus menesteres se palpa latente la libertad de expresión e información; por ello son acérrimos defensores incluso de sus fuentes.
Proscriben todo acto deliberado y consciente para falsear los hechos u omitir su esencia, estando los intereses colectivos por encima de los individuales, jamás sacrifica los primeros en beneficio de los segundos.
Para el periodista el pueblo es el fundamento de su deber y para el cual garantiza información veraz, oportuna e integral.
No se escuda en el anonimato ni en apócrifos. Como promotor cultural y comunicacional está al servicio de la libertad y la liberación de los pueblos y del hombre; para enaltecer la condición humana execrando el amarillismo.
En sus funciones siempre está presente la buena fe, por lo que no hace acusaciones infundadas ni ataques injustificados en contra del honor y el prestigio de otros u otras.
Como estos principios rectores, además enarbola la rectificación espontánea e inmediata ante afirmaciones falsas, adjetivando los rumores y las noticias no confirmadas. Es de su estirpe la lealtad con la fuente y el respeto al secreto profesional; por lo que coetáneamente se cerciora sobre la veracidad de la información que ha de divulgar.
Tan amplia y llena de valores es la profesión del periodista que “se niega” a recibir “pagos” de las entidades que frecuenta por razones informativas.
En materia de información este líder de la libertad, diferencia lo comercial de lo publicitario y por ningún concepto ejerce deslealtad con sus colegas para dejarlos sin trabajo.
Gallarda es la defensa cuando la fuente lo repele y loable es la respuesta para no dejarse intimidar.