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En Venezuela la fiesta de los petrodólares se acabó. Hay que decirlo sin adornos. La ilusión de bonanza se terminó y chocamos, como sociedad, con la realidad -dura, ciertamente- de que Venezuela no es potencia alguna, de que este Gobierno nos endeudó a niveles desconocidos y que en la época de las vacas gordas el país no se fortaleció. Al contrario, en esta década de puro y duro rentismo se profundizaron los males nacionales que nos acompañan desde el primer boom petrolero de los años 70: profundizar la dependencia en el modelo petrolero, falta de diversificación en la producción venezolana, alto incentivo a la importación, derroche colectivo y acelerado enriquecimiento de una élite en el poder.
“Pudiéramos decir que la debilidad manifiesta del aparato productivo interno, el recrudecimiento del proceso inflacionario, los dramáticos niveles a los que ha llegado el desempleo y subempleo, el creciente déficit en la balanza de pagos, la liquidación de las reservas internacionales, el deterioro indetenible del bolívar respecto al dólar, las tasas de interés negativas que desestimulan el ahorro y el persistente déficit fiscal constituyen los principales problemas que conforman el cuadro crítico de la economía venezolana”.
Fácilmente podría creerse que lo citado en el párrafo anterior constituye el balance de la gestión económica del gobierno de Nicolás Maduro, en sus primeros tres años de gestión (marzo 2013-marzo 2016), pero no es así. Esto lo escribió Víctor Álvarez, economista y ministro durante el gobierno de Hugo Chávez, al hacer un balance de la herencia económica que le dejaba al país la administración de Jaime Lusinchi (1984-89). Álvarez hizo un balance de la gestión económica de Lusinchi en un artículo que tituló “Los principales problemas económicos del nuevo gobierno”, publicado en la revista SIC de enero-febrero de 1989, publicación del Centro Gumilla.
Estos ciclos marcan la vida nacional. En los momentos de vacas flacas en el mercado petrolero internacional se reactivan las voces que claman por fortalecer un aparato productivo interno. En eso todos parecen estar de acuerdo. Hay que decirlo sin embargo: solo con un sólido y diversificado aparato productivo nacional, que no dependa de las dádivas del Estado, es que Venezuela efectivamente podrá ser un gran país. Mientras las perspectivas de las élites están concentradas en apostar a un nuevo boom petrolero, para salir de una crisis que ciertamente generó el boom anterior, difícilmente Venezuela logrará niveles sostenibles de justicia social.
La fiesta se acabó… hay que decirlo sin ambages. La clase media debe olvidar que el Estado le financió viajes baratos al exterior, los más pobres por la acción populista del Estado seguirán recibiendo unas misiones, pero estas serán de carácter simbólico ya que la voraz inflación que nos consume deja sin efecto cualquier ingreso en bolívares.
El país está quebrado. Tres noticias de estos días evidencian el penoso papel actual de Venezuela en el escenario internacional: los productores uruguayos protestan por una deuda que nuestro país no ha pagado, en la ONU le suspende el derecho al voto a Venezuela por la deuda acumulada, un novelista internacional premiado en Caracas por el Estado venezolano aún no recibe el cheque en dólares que con bombos y platillos se anunciara meses atrás.
El país quebró en medio de la mayor bonanza petrolera que hayamos conocido. Quienes gobernaron y nos endeudaron con un petróleo por encima de 100 dólares, difícilmente podrán conducir al país con éxito para alcanzar la recuperación con un petróleo a 24 dólares.