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A pesar de la compra de consciencia y por ende de votos con una caja o bolsa de comida, cual lambuceo al fin de algunos venezolanos el 15-O, para favorecer electoralmente en 18 estados a esta desgracia política llamada “revolución bolivariana”, que ha destruido económica y socialmente al país por decir lo menos. Luego de una semana, comenzó nuevamente la propagación de pepenadores en las diferentes ciudades del país revisando la basura para alimentarse con desechos alimenticios, sin embargo ante la aguda crisis económica que vive Venezuela estos desperdicios de comida también se han vuelto escasos debido a las legiones de zombis en crecimiento que pululan en los container y vertederos de basura en zonas residenciales y comerciales para saciar su hambre.
Este magro panorama, ha llevado que buena parte de estas legiones de ciudadanos, haya migrado desde hace un tiempo a mendigar restos de comida en las urbanizaciones de clase “media” y “alta”, como si la realidad en esos hogares fuese muy distinta, o la abundancia sobre todo de alimentos, fuese una característica, lo cual no puede estar más alejado de la circunstancias que viven también dichas familias, luego de la devastación económica a la que han sido sometidos por el régimen, cuyo único fin es desaparecerlos o que emigren, para así consolidar su sociedad de mendigos, que le es indispensable para perpetuarse en el poder como lo han hecho hasta ahora.
Todo ello precisamente, con el apoyo político-electoral de los sectores sociales que hoy padecen los peores embates de crisis, los cuales basándose en la lógica del perfecto idiota latinoamericano, piensan que destruyendo la riqueza de un sector de la sociedad más próspero económicamente hablando, se va a beneficiar a otro sector social de menores recursos; nada más alejado de la verdad, hoy todos somos más pobres que hace 19 años atrás, pero más aun la muchedumbre lambiscona y genuflexa que apoya al régimen, y vende su alma al diablo como Judas Iscariote, el apóstol traidor que vendió a Jesucristo a los Judíos, específicamente a los miembros del Sanedrín, para luego terminar ahorcándose.
Muchedumbre a la cual la desgracia revolucionaria les ha impuesto como único destino la pepenaduría y la mendicidad, para hacerlos instrumentos fiel de su sostenibilidad en el poder, por medio del reparto equitativo de la miseria a través de una caja o bolsa de comida, la cual es cada vez mas exigua en cantidad de alimentos y frecuencia de entrega; excepto en épocas electorales para la compra de conciencias, la cual se materializa en una semana de pobre calidad de alimentación y largos períodos de hambruna; mientras la elite gobernante disfruta de los más jugosos manjares y la más obscena opulencia que les provee los petrodólares.