Para vivir con dignidad

Ante esta crisis urge buscar soluciones que no se compadecen con mantener el nivel de beneficios, sin tomar en cuenta el medio ambiente ni las necesidades de la población

Cuando mil millones de seres humanos viven debajo del umbral de la pobreza, cada día decenas de millares de personas mueren de hambre, desaparecen etnias, modos de vida, culturas, poniendo el patrimonio de la humanidad en peligro, cuando el clima se deteriora, no podemos resignarnos a hablar solo de cómo atajar la crisis financiera.

Nuestro mundo requiere alternativas, no solo regulaciones. No es lógico rehabilitar un sistema si no tratamos de transformarlo. Puesto que estamos ante un caso de conductas desorbitadas e incontroladas podemos transformar el crecimiento y el progreso adoptando otra actitud más humana y solidaria en armonía con las exigencias de la naturaleza.

Se ha confundido ser con tener, mientras se instalaba la falacia de que el motor del crecimiento pasaba por la acumulación del capital, de la cual se beneficiaría, a la larga, el resto de la humanidad. No ha sido así. Estas no son más que las cimas emergentes de un océano de insolidaridad, de ciega explotación de la naturaleza y del trabajo de los seres humanos. Con todas las salvedades cabría decir: bienvenida sea la crisis si con ella acometemos la transformación del sistema.

En este sentido, la burbuja financiera exacerbada por el desarrollo de nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones ha reventado los instrumentos que había idolatrado. La economía financiera se ha vuelto cada vez más virtual y los beneficios se han conseguido a costa de la explotación de riquezas naturales y de comunidades. La especulación se ha convertido en norma del sistema económico.

Un ejemplo lo podemos ver en la crisis alimentaria. También la crisis energética va más allá de los desajustes de los precios del petróleo. Esta señala el fin del ciclo de la energía fósil barata, pues su mantenimiento llevó a una utilización desorbitada de la energía, en favor de un modo de crecimiento acelerado. La utilización de derivados del petróleo como fertilizantes y pesticidas se generalizó en el marco de una agricultura intensiva.

Ante esta crisis urge buscar soluciones que no se compadecen con mantener el nivel de beneficios, sin tomar en cuenta el medio ambiente ni las necesidades de la población. Pero eso no entra en el cálculo del modelo capitalista. Es el caso de los agrocarburantes y sus consecuencias ecológicas: destrucción, por el monocultivo de la biodiversidad, de los suelos y de las aguas subterráneas, y sus consecuencias sociales: expulsión de millones de campesinos que van a poblar los cinturones de miseria de las ciudades y a empeorar la presión migratoria.

En este contexto podemos considerar la crisis social. El afán de tener más que los demás, la insensibilidad ante las extremas carencias de otros seres humanos, nuestros conciudadanos. Este conjunto de tropelías desemboca en una  crisis de la civilización, con el consiguiente agotamiento del planeta y la amenaza a millones de seres vivos. La política que renuncia a la razón y abandona la ética siega las posibilidades de otro mundo posible, más justo y solidario. La respuesta más adecuada y razonable sería acometer la implantación de una sociedad de sobriedad compartida. No necesitamos tanto para vivir con dignidad y sosiego. Y con la conciencia tranquila al comprobar que lo que no se comparte, se pierde.

Visited 1 times, 1 visit(s) today