Señala Romero que la Venezuela de 1997 se encontraba ante un “complejo panorama de deterioro, cuyo aspecto principal tiene que ver con la erosión del mito democrático, el vacío político predominante, y la ansiosa búsqueda de un nuevo mito por parte de una sociedad confundida y atemorizada
“Hay pasados que no terminan de irse; el pasado venezolano es uno de ellos”, con esta frase contundente comienzan las líneas del libro La herencia de la tribu, de la escritora Ana Teresa Torres. Con ella introduce sus planteamientos en torno al hecho que la Independencia, con sus mitos y héroes, extiende sus “sombras” hasta el presente venezolano. Junto a ella otros historiadores como Manuel Caballero y Germán Carrera Damas han abordado este tema, el cual ya es bastante aceptado al menos entre los círculos intelectuales y académicos. Así, argumentar sobre la influencia de Bolívar, y todo lo que esto implica, no tiene mayor novedad.
Lo que sí sea más novedoso quizás es corroborar cómo además de ese pasado heroico que no termina de irse, y que ha servido de telón de fondo para la historia política venezolana, el contexto social de finales del siglo XX no parece haber cambiado demasiado. En el libro de Aníbal Romero, Disolución social y pronóstico político, publicado en 1997, se encuentran argumentos completamente vigentes hoy, como por ejemplo la “fragmentación del orden colectivo”, la persistencia del “mito del país rico”, la desconfianza hacia el sistema político dominante traducido en elevado abstencionismo y una latente conflictividad social, y la “ausencia de alternativas políticas a lo existente”.
En su trabajo, el autor señala que lo que sostiene el sistema democrático en Venezuela en 1997 es la anomia popular, la falta de liderazgos alternativos, y el miedo a un desbordamiento social, dando a la sociedad venezolana de entonces un carácter moderado. Señala también el autor, “considero errado suponer que tan solo la recuperación económica puede ser suficiente para restaurar la salud y viabilidad de un régimen democrático, en particular cuando el proceso de disolución social y erosión político-institucional ha avanzado severamente”. Así, para Romero, en 1997 la solución económica era insuficiente para abordar y solucionar la compleja situación venezolana.
Como parte de su diagnóstico, y específicamente mirando hacia lo que podría ocurrir, señala Romero, que la Venezuela de 1997 se encontraba ante un “complejo panorama de deterioro, cuyo aspecto principal tiene que ver con la erosión del mito democrático, el vacío político predominante, y la ansiosa búsqueda de un nuevo mito por parte de una sociedad confundida y atemorizada, un mito que le infunda a la vez unidad y confianza, así como un sentido de dirección hacia adelante”, y añade “A mi modo de ver, el sistema de dominación política en Venezuela se sostiene casi exclusivamente debido al efecto del miedo Hobbesiano”.
De regreso al presente, mucho de lo señalado está vigente. Lo más interesante es que hoy, como en 1997, el venezolano se encuentra buscando un nuevo mito, uno que le “infunda a la vez unidad y confianza, así como un sentido de dirección hacia adelante”. Con atino señala Romero, en ese entonces, “En tales circunstancias, considero razonable pronosticar que la sociedad venezolana será presa de un ánimo crecientemente irracional, que seguramente buscará canalizarse a través de figuras carismáticas, percibidas como de algún modo distintas a lo existente, capaces de engendrar una esperanza o de focalizar los odios”. Hoy el país se encuentra en la misma encrucijada de hace dos décadas.