Tras
Un fuerte dolor en el vientre, las contracciones eran continuas, de pronto el agua comenzó a correr entre sus piernas. El dolor, las lágrimas y las esperanzas de Nayari Chiquinquirá Sánchez, de 21 años, se desvanecieron cuando su pequeña hija nació muerta en el Hospital Adolfo Pons.
A las afueras de la morgue forense de la Facultad de Medicina de la Universidad del Zulia, permanecía Rubén Sánchez, padre de la víctima. Mientras miraba con tristeza un vehículo estacionado frente al tanatorio comenzó a relatar el calvario que vivió junto a su hija hace una semana.
La relación que sostuvo la joven con su novio rindió frutos, quedó embarazada. Con 35 semanas de gestación, la hora del parto estaba cerca. Cuatro centímetros de dilatación avecinaban el término de una larga espera.
En horas de la tarde el progenitor de la infortunada la ayudó a subir en su vehículo con destino al Centro Clínico Materno Pediátrico Zulia, los médicos de guardia la remitieron a otro centro asistencial por falta de insumos.
Tras un largo recorrido por las emergencias de la Clínica Santa María y Servicios Médicos Santa Inés, la muchacha arribó al Pons. Las enfermeras la colocaron en una camilla, el suero corría por sus venas al igual que su impotencia e indignación.
La respiración de la infortunada se hizo cada vez más acelerada, el bebé tomó una posición inadecuada. “No podía dar a luz y ellos lo sabían”, apuntó Rubén.
Una de las enfermeras se subió en su estómago y presionó para forzar la salida de la niña, no funcionó. Al cabo de media hora le practicaron una cesárea.
Los parientes de la madre aseguran que el procedimiento médico empleado por los galenos no era el indicado. “La negligencia y la falta de escrúpulos provocó que la infante muriera”.