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Son cada vez más las personas que ensalzan la tolerancia como bandera del diálogo y la buena convivencia. Parece que se nos ha olvidado el significado de la palabra tolerar que, según la Real Academia de la Lengua, consiste en sufrir, llevar con paciencia, permitir algo que no se tiene por lícito sin aprobarlo expresamente. Esto supone que existe una persona que posee la verdad, el correcto camino para la perfección, y que esta persona “tolere” las opiniones de los demás, aunque crea que son erróneas. Si partimos de esta situación de superioridad, nunca llegaremos a un entendimiento fructífero.
La defensa de la tolerancia es un ejemplo más de la obsesiva primacía de lo individual sobre lo común a todos los seres humanos. Supone una posición de poder en la que una persona “permite” a la otra manifestarse, expresar sus pensamientos. En realidad, se trata de un paso intermedio entre el absolutismo de pensamiento y la verdadera libertad de expresión. El único camino para la convivencia y la sana relación consiste en construir espacios de encuentro en donde mirarse en el espejo de las diferencias del otro. Porque sin el “otro” nosotros no sabríamos quienes somos.
El problema de primar la tolerancia en las relaciones humanas aparece en las situaciones límite. En el momento en el que existe un problema, todas estas cosas que se permiten pero que no se consideran lícitas, salen a la superficie en forma de confrontación. De ahí que asistamos a la guerra de las religiones, al conmigo o contra mí. Esta inestable situación de tolerancia no es más que una guerra fría con modales ingleses del siglo XIX.
Si aceptamos que no estamos en la posesión de la verdad y erradicamos los prejuicios que existen sobre el “otro”, podemos empezar a comprender su manera de ver el mundo. Quizá no sea mejor que la nuestra, pero no podemos partir de que no lo es. Seguro que encontramos muchas cosas valiosas para incorporar a nuestra vida.
La fuente de muchos divorcios nace de una situación en la que ambos toleran durante años actitudes que luego acaban por no soportar. La única manera de construir una convivencia es a través del diálogo y de pequeñas concesiones que faciliten la armonía. “Yo soy como soy y no pienso cambiar”, pero tampoco te voy a exigir a ti que cambies porque soy tolerante. El mundo iría mucho mejor si, en lugar de tolerar las opiniones de los otros, buscásemos espacios de encuentro entre todas las posiciones para encontrar un camino común.