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En los anales de la historia se han suscitado diferentes actividades políticas recordadas y documentadas por la disciplina historiográfica. Analizadas y reseñadas por la filosofía política, la antropología y la sociología en gran medida, todas han concurrido, concluido y coincidido en un patrón de conducta colectiva, donde la manipulación del poder han sido la causa del caos o la dicha de los pueblos y naciones.
Por otro lado una constante participación en la solución de necesidades y deseos de progresos para facilitar el desenvolvimiento cotidiano; ha dado motivos para la comunión de lo que se conoce como masas humanas o populares (el común denominador) en función de lograr objetivos que mejoren cada día más la calidad de vida, como corolario; la civilización (Poder Legislativo).
Para muchos pensadores y autores, el patrón antes señalado, se ha pervertido constantemente, derivado esto del egoísmo y la megalomanía del individuo, que por astucia, valentía o proactividad para correlacionar soluciones en momentos de desasosiego colectivo, ha sido postulado como líder. Fenómeno este analizado recientemente y calificado conductualmente como narcisismo dañino; por cuanto la predisposición oculta en el subconsciente aflora o se manifiesta inmediatamente después de haberle concedido el suficiente poder para decidir el futuro del colectivo que le dio mérito (Poder Ejecutivo). Quiere decir, que en naciones donde no se consideren de manera uniforme mediante el debate los problemas que atañen al pueblo, nunca habrá progreso, máxime por la disposición de hacer valer la voluntad de quien tiene en las manos las riendas del Gobierno, porque la característica narcisista y megalómana del mandatario se exacerba enamorándole cada día mas de la supuesta confianza o mérito que el colectivo le concedió usurpando los poderes.
Ya cuando la situación en el país se hace insoportable, empiezan a nacer los focos conspirativos, a medida que las partes (afectos al poderoso) van dando cuenta de la presencia de los mismos, y comienza la estrategia ya planificada en el medio déspota para coaccionar -infiltrar- las protestas, descubrir conspiraciones e incoar juicios (siempre sumarios) a supuestos o verdaderos autores de actos insurgentes, y donde siempre hay culpables, bien sea como ejemplo o por veracidad de las evidencias vinculantes (Poder Judicial).