Queda
Quienes nacimos entre 1980 y 2000 no tenemos valores cívicos ni de responsabilidad ni proyectos ni rumbo, según Antonio Navalón, que escribió un artículo titulado Millenials: Dueños de la nada. Como él al escribir un artículo lleno de generalizaciones y lugares comunes, solo nos importa el número de likes en nuestras redes sociales. Vemos el mundo a través de un filtro de Instagram en lugar de vivir para trabajar y para producir y para ser “gente de bien”, como nos enseñaban esas generaciones a las que él dice representar.
Quienes cargamos contra él olvidamos que siempre ha habido y quizá siempre habrán nostálgicos de supuestos “valores” del pasado y que mucha gente comparte esa visión reaccionaria contra las generaciones posteriores.
Podemos comenzar por preguntar cuáles eran esos valores y proyectos de quienes nacieron entre 1960 y 1980, o los de sus padres. En esos años se consolidaron importantes conquistas sociales y políticas. El llamado estado de bienestar, el Plan Marshall para la salida de Europa de la hecatombe tras la Segunda Guerra Mundial, el derecho al voto de la mujer en muchos países del mundo, el final del Apartheid y de regímenes racistas se consiguieron con el esfuerzo de personas que pusieron los medios para conseguir sus sueños.
“Ya no hay sociedad, solo individuos y personas”, decía Margaret Thatcher. Consiguieron asociar democracia a liberalismo económico a tal nivel que aún no hemos conseguido distinguir una cosa de la otra. Fueron ellos quienes ignoraron las advertencias de Aldous Huxley contra los peligros de una dictadura perfecta: “Tendría la apariencia de una democracia, una cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían con escapar. Un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y de entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre”. En esos años se fraguó un paradigma de individualismo que arrastran nuestro planeta y nuestras instituciones políticas y económicas podridas por la corrupción y por la falta de auténtica representatividad democrática.
Tampoco se puede reducir el comportamiento de las nuevas generaciones al narcisismo y al egoísmo, pues centenares de miles de nosotros hemos empezado a soñar otro mundo y nos organizamos para denunciar injusticias, el deterioro de nuestro planeta y la corrupción de la política. Queda en nosotros huir del individualismo, del narcisismo, de las promesas del marketing y de los falsos predicadores para centrarnos en la reparación de un planeta herido y de pueblos lacerados por la codicia y el individualismo.