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Cual Prometeo moderno, musa digna de la fallecida escritora inglesa Mary Shelley, la revolución ha calcado a la perfección la esencia de su obra literaria y ha querido transformar la imagen del ciudadano venezolano en un auténtico Frankenstein, con unas características muy particulares. La escasez de productos para el cuidado y aseo personal, es el primer paso para tan nefasta metamorfosis, el impacto se puede apreciar desde hace tiempo ya, comenzando con la desaparición del hilo dental, de los cepillos de dientes, así como los dentífricos, y la variedad de cremas dentales, salvo la regulada “solo dos tubos una vez por semana de acuerdo al terminal de la cédula”, y después de hacer una interminable cola, esto sin incluir el elevado costo de una limpieza, que debería hacerse, según los especialistas, por lo menos cada seis meses para mantener una buena salud dental.
La ausencia de talco, desodorante, champú, acondicionador, jabón de tocador, papel sanitario y hojillas de afeitar en los anaqueles de los establecimientos comerciales, mas no en el mercado informal, donde los mal llamados “bachaqueros” los revenden a precios astronómicos, a plena luz del día, con la venia de las autoridades. Parece que fue ayer cuando se podía elegir qué tipo de producto comprar, el talco por ejemplo, en versión para los pies, para las axilas, incluso para las zonas íntimas, ni hablar de la gama de desodorantes, de la cual rescato el no menos famoso “Mumbolita”, en otrora odiado por los “sifrinos”, hoy tabla de salvación de muchos, incluyéndome.
El champú y acondicionador, solo son un espejismo en el vasto desierto de anaqueles vacíos, el recuerdo del jabón de tocador, me retrotrae a mis días de colegio, cuando el Camay abarrotaba la exhibición, hoy tristemente compartimos el jabón de panela, cuando se consigue, con las prendas de vestir, agregando que dicho producto no está diseñado para el aseo personal, y ni hablar de usar un buen perfume para disimular su característico olor, pues su costo fácilmente triplica un salario mínimo, empero, nunca faltará un hijo natural del comandante supremo, que de manera cínica exclame: “Con cepillarse una vez al día es suficiente o solo hay que comprar un par de zapatos al año”.
A todos estas vicisitudes súmele la escasez de alimentos y medicinas, un salario mínimo depauperado, golpeado por la inflación más alta del planeta y obtendrá la combinación perfecta, la fórmula para hacer la versión moderna del monstruo de Frankenstein, un ciudadano con aliento de dragón, mal olor corporal, desaliñado, con baja autoestima y carente de todo deseo de superación, ese nuevo ser que no alberga esperanza en su corazón y ni ve un futuro cierto en el horizonte, es el nuevo hombre, hecho en socialismo.